Internacional

Inculturación y el sínodo para la Amazonía

Por Hermana Mila Díaz Solano, OP
martes, enero 28, 2020

El papa Francisco se reúne con indígenas de la región Amazónica durante la segunda semana del Sínodo de los Obispos para la Amazonía en el Vaticano el 17 de octubre de 2019. Foto: Vatican Media/ CNS

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Mi primera misión como hermana dominica fue en un área rural de los Andes centrales, donde la mayoría hablaba quechua, la lengua de mis abuelos. Es una de casi 50 lenguas habladas en Perú, donde nací y me crie. Otras cuatro hermanas dominicas y yo éramos responsables de la administración de una parroquia que incluía a 29 poblados pequeños. No había un sacerdote residente en el área.

Desde el año 2000, las hermanas dominicas han estado representando a “la iglesia oficial” en estos poblados. Las hermanas fueron comisionadas por la Arquidiócesis de Huancayo para bautizar, celebrar la Liturgia de la Palabra con Comunión, conducir funerales, presenciar bodas, acompañar al enfermo, formar líderes laicos y evangelizar. Durante mis tres años allí, el arzobispo visitó dos o tres poblados pequeños cada año. De vez en cuando, un sacerdote estaba disponible para visitar nuestra parroquia. Por lo tanto, la mayoría de las poblaciones tenían Eucaristía y reconciliación solamente una vez al año.

¿Por qué son importantes estos detalles? Porque yo vengo de un contexto urbano, habiendo crecido en La Oroya, Perú. Al entrar en contacto con las personas de una cultura diferente a la mía, cuyo estilo de vida era diferente, aprendí acerca de la inculturación. Aprendí que la iglesia no luce igual en cada lugar. No tiene que hacerlo. 

Aprendí que la evangelización no es un proceso de una sola vía. En cambio, involucra “enriquecimiento mutuo”. Maduré en mi fe durante los tres años que serví en esa misión.

Las personas en estas pequeñas poblaciones tienen una profunda conexión con la tierra. Su subsistencia, los medios para la educación de sus hijos y tratamientos médicos y la existencia del ganado dependen de los productos de la tierra. La lluvia algunas veces es una bendición. Otras veces causa deslizamientos fatales.

Fui testigo de la fe de las personas que oraban por el cuidado providencial de Dios todas las mañanas. Las personas de las comunidades rurales en los Andes centrales, así como también los indígenas del Amazonas, mantienen una profunda relación y cuidado por la creación que muchos de nosotros que vivimos en naciones urbanizadas, industrializadas y tecnológicas hemos perdido.

En contraste con los indígenas, compañías multinacionales de naciones urbanizadas, industrializadas y tecnológicas devastan las tierras, los ríos y el aire en los Andes y en el Amazonas. Su actividad extractiva y avaricia están trayendo a la región enfermedades nuevas, deforestación y tráfico humano.

Las personas están experimentando una crisis socioambiental y desplazamiento de naciones indígenas. Antes de que estas compañías multinacionales llegaran, las naciones indígenas —católicas y no católicas por igual— tenían un estilo de vida que preservaba la creación.

La catastrófica situación en el Amazonas es lo que impulsó a los misioneros que viven en esas áreas (obispos, clero, miembros de congregaciones religiosas y misioneros laicos) a llamar a un sínodo. El papa Francisco escuchó su grito y llamó a un Sínodo para la Amazonía, que fue llevado a cabo en Roma el pasado octubre. El sínodo incluyó aportaciones de católicos de nueve países que comparten la región panamazónica (Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana y Guyana francesa, Surinam, Brasil y Bolivia).

En años recientes, misioneros, líderes laicos de naciones indígenas y líderes sociales no católicos han sido asesinados defendiendo los derechos de las naciones indígenas y de los ecosistemas. Un propósito del sínodo fue encontrar maneras de reflejar la presencia de Dios más efectivamente en esas áreas donde la vida es amenazada.

Una pregunta clave del sínodo fue: “¿Cómo queremos ser una presencia de la iglesia y de Dios allí?” ¿Llevamos nuestra manera de ser católicos en ciudades desarrolladas a las personas indígenas? ¿Vamos, como lo hicieron los españoles de hace 500 años, llevando la actitud de que tenemos a Dios y ellos tienen que aprender y aceptar todo de nosotros? No. El sínodo llama a una conversión de actitud, un cambio de corazón.

A través de la historia de la iglesia, la evangelización ha involucrado una inculturación del Evangelio y respeto implícito por otras culturas. Dios mismo nos mostró el camino. La encarnación es el primer gran ejemplo de la inculturación. El hijo de Dios nació como un humano dentro de una cultura particular.

Con frecuencia pensamos en Jesús como nuestro salvador, rey, la segunda persona de la Trinidad. Pero también profesamos en nuestro credo que fue un hombre, y como tal fue un hombre de su cultura. Nació, creció y murió como judío. Consideren su encuentro con la mujer sirofenicia en Marcos 7:24-30 (una cananea según Mateo 15:21-28), en el cual inicialmente rechaza sanar a su hija, solo para ser persuadido por ella a cambiar de parecer. Esta mujer gentil sin nombre es la heroína de la historia. Jesús aprendió de este encuentro qué tan predispuesto estaba por su propia cultura y religión.

El origen de nuestros Evangelios también provee una evidencia clara de inculturación. Los Evangelios nacieron dentro de diferentes comunidades y culturas. El autor de Marcos habló a una comunidad mixta con una mayoría de cristianos gentiles; el autor de Mateo habló a una mayoría de judíos cristianos; y el autor de Lucas habló a una comunidad completamente cristiana gentil. Esto explica por qué Jesús en Lucas parece más como un héroe greco-romano, mientras que en Mateo parece más como Moisés.

Los escritores enfatizaron algunas enseñanzas y acciones de Jesús de acuerdo con las necesidades y estilo de vida de cada una de sus comunidades. Esto es lo que significa ser un miembro de una iglesia universal. Serlo no significa ser uniforme. Desde el principio, la iglesia fue diversa porque los líderes iniciales fueron enviados a evangelizar diferentes comunidades y culturas. Las comunidades de Pedro lucían diferentes a las de Pablo, y ambas eran diferente de las comunidades joánicas.

Uno de los resultados del proceso de dos años del Sínodo para la Amazonía fue el reconocimiento de cómo Dios y las semillas de salvación de Dios ya están presentes en la región Amazónica. De hecho, el documento final del sínodo llama a los católicos en los países de la región panamazónica a una “conversión integral: una conversión pastoral, cultural, ecológica y sinodal”.

Debido a que los católicos comparten la tierra con no católicos, con personas de religiones ancestrales, no trabajamos en aislamiento. Estamos llamados a caminar juntos, respetuosos de las expresiones religiosas de cada uno para defender la creación.

Los católicos reciben el desafío de estar presentes en la región amazónica. Nosotros no “traemos el Evangelio” a las personas de allí. Somos llamados a reconocer cómo el Evangelio ya está presente allí y proclamarlo. Esto es lo que significa hoy la inculturación alrededor del globo.

Leemos en el decreto sobre la actividad misionera “Ad Gentes” del Concilio Vaticano II: “Por una parte, los tesoros contenidos en las diversas culturas permiten a la palabra de Dios producir nuevos frutos y por la otra, la luz de la palabra permite cierta selectividad con respecto a lo que las culturas tienen que ofrecer”. La interconexión que los indígenas en el Amazonas tienen con la tierra es una de las semillas del Evangelio. Todos los católicos pueden aprender de ellos cómo vivir de un modo más sostenible, cuidar la creación, defender los ecosistemas.

Conforme se acercaba la Navidad, reflexionamos sobre la manera en que Dios nos llama a través de su encarnación a una inculturación profunda propia aquí en esta tierra. No tenemos que ir al Amazonas para encontrar otras culturas. Esta es una nación rica en diversidad cultural. ¿Seremos capaces de reconocer a Jesús el Hijo de Dios encarnado, entre los latinos, afroamericanos, nativos americanos, asiáticos americanos, los prójimos que todavía no conocemos?

Mi oración es que celebremos las semillas del Evangelio esparcidas a lo largo de las muchas culturas presentes en los Estados Unidos, las muchas maneras en las cuales experimentamos la incomparable verdad que Dios, Emmanuel, está con nosotros.

Acerca de la autora

La hermana Mila Díaz Solano, OP es una hermana dominica de Springfield y profesora asistente de estudios bíblicos y homilética en el Seminario Mundelein/Universidad de Santa María del Lago. Este artículo fue adaptado de una charla que Díaz presentó en el Centro Arzobispo Quigley en Chicago el 10 de diciembre.

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