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El Silencio en la Liturgia

Por Jackie Moyeno
jueves, diciembre 31, 2015

El Verbo se hace carne y lo contemplamos como a un niño. La palabra “infans”, en latín, significa literalmente “que no habla.”. La palabra aún no sabe hablar. El silencio al cual nos invita Dios es un silencio de gozo, de júbilo, de contemplación, meditación y admiración.

En la liturgia podemos observar ese silencio de naturaleza interna y externa. Podemos decir que los primeros en observar ese silencio eran María y José:

María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno. Lucas 1:39-45

El silencio de la llegada de María a la casa de Isabel reveló lo que ella llevaba en sus entrañas. La voz de la contemplación del momento hizo que Isabel resaltara con júbilo. El Papa Francisco dice que “Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno materno que nos acoge es la primera “escuela” de comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mamá.”

Isaías nos dice: “En el silencio y en la esperanza residirá nuestra fortaleza”. Isaías 40:5 El silencio nos ayuda a reflexionar, porque cuando callamos se nos abren las puertas para llegar a la conclusión de confiar en plenitud. Hace poco estuve observando a una familia en la cual cada hijo vive en diferentes lugares de los Estados Unidos. La única hembra en la familia estaba en espera de su hijo, y ella estaba muy delicada por su condición física. Ella padece de ataques epilépticos. Todos estaban ansiosos y una en espera que reflejaba anticipación, alegría, la preparación para la llegada de otro miembro familiar y la confianza en Dios para el bienestar de la mamá y su bebé.

Cuando se supo que ella estaba en la sala de parto hubo silencio de parte de todos. Al nacer el infante con mucha salud, y al ver que su madre no estuvo complicaciones durante su embarazo o durante el parto, su padre y sus hermanos se unieron en un solo lugar y juntos al octavo día se reunieron en su comunidad de oración para presentarle al niño a Dios, en agradecimiento.

Esta pequeña criatura logró que todo se detuviera en silencio para que todos se reunieran a celebrar como familia y en acción de gracias a Dios por un nuevo miembro en la familia. Cada uno de ellos contemplaba la belleza de Dios a través del nacimiento de este niño.

Detenernos y mantenernos en silencio no solamente implica callar sino dar un alto a lo que estamos haciendo y mirar la grandeza de Dios en lo más minino y en lo más pequeño. Esperar no es sentarnos a que se nos den las cosas en bandeja de oro sino en abrirnos a confiar plenamente en Dios. La llegada de nuestro Señor en medio de nosotros es nuevamente un símbolo de la relación íntima y la confianza que depositamos en Dios para que nosotros veamos el nacimiento de Cristo con un corazón contrito y abierto. En todo caso, los diversos creyentes pueden extraer más y más luz y fuerza, solamente si callamos, oramos, observamos y vivimos la luz que se nos presenta a través de la ternura de Dios durante este tiempo navideño. Que durante este tiempo cada uno de nosotros recibamos la ternura en acoger a nuestro Señor en nuestro corazón y personificarlo a través de nuestra vida. ¡Feliz Navidad y muchísimas bendiciones en el Nuevo Año 2016!

Paz

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