Estados Unidos

Declaración del cardenal Blase J. Cupich, arzobispo de Chicago, sobre el tiroteo masivo racista en Buffalo, Nueva York

Por Cardenal Blase J. Cupich
martes, mayo 17, 2022

Asistentes a la vigilia por las víctimas de la balacera del 15 de mayo en Buffalo, N.Y. que resultó en el asesinato de 10 personas. Foto: Brendan McDermid, Reuters/CNS

El sábado 14 de mayo, un hombre armado utilizó un arma de asalto de alta capacidad AR-15 para asesinar a 10 afroamericanos en una tienda de comestibles de Buffalo, hiriendo a dos transeúntes. Muchas de sus víctimas estaban cerca o más allá de la edad de jubilación, incluyendo a Pearl Young, de 77 años, una abuela de ocho que enseñaba catecismo, y Katherine Massey, de 72 años, una defensora de los derechos civiles que había escrito a favor de leyes más fuertes de seguridad de armas. Las autoridades civiles dicen que el sospechoso de 18 años viajó horas para llevar a cabo su matanza, dejando al parecer detrás de un manifiesto lleno de ideología supremacista blanca, incluida la vil teoría de la conspiración de que la gente de color está “reemplazando” a los estadounidenses blancos.

En 2019, un hombre armado que disparó contra un Walmart en Texas escribió un manifiesto similar que se refería a la misma teoría de la conspiración, quejándose de una “invasión hispana de Texas. Sea cual sea la teoría, el supremacismo blanco es una mentira. Esta ideología no siempre se expresa de forma tan explícita, pero es condenable tanto si se esconde tras una resbaladiza retórica política como si no se molesta en esconderse para su negación.

Debemos rezar por las víctimas de este acto indignante. Debemos mantenerlas en nuestros pensamientos. Pero eso no es todo lo que estamos obligados a hacer. Como cristianos, estamos llamados a ser los guardianes de nuestros hermanos. Parte de esa obligación implica ser testigos de la verdad. Cuando se escriba este capítulo de la historia estadounidense, ¿qué dirán nuestros nietos sobre lo que hicimos para proteger a los marginados? ¿Qué dirán sobre cómo hemos respondido a una cultura que se ha vuelto cada vez más tolerante con la retórica que demoniza a nuestros semejantes en función de su raza, etnia, religión o sexo? ¿Se preguntarán cómo hemos podido acostumbrarnos a la violencia cotidiana de las armas y a los tiroteos masivos, cómo se ha adormecido nuestra conciencia ante las consecuencias de la retórica que inspira la violencia? ¿Se preguntarán por nuestra incapacidad para impedir que personas peligrosas, o incluso niños, se hagan con armas de asalto, o por nuestra incapacidad para ver cómo se utilizan las redes sociales para desgarrar el tejido social? ¿Qué pensarán sobre cómo hemos respondido a un momento en el que un afroamericano, de hecho cualquier persona de color, se ve obligado por la lacra del racismo a vivir con miedo?

Estas preguntas nos deberían preocupar al encontrarnos en esta encrucijada cultural. No tenemos que elegir el camino de la indiferencia. Podemos elegir escuchar el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas que sufren el racismo en todas sus formas, y luego actuar para construir una sociedad más justa. Podemos optar por afrontar el reto de la violencia con armas de fuego, incluida la que se produce a diario en la zona de Chicago, promulgando leyes federales de seguridad de sentido común que ayuden a mantener las armas de fuego fuera de las manos de personas irresponsables y a poner fin al flujo de armas de fuego a través de las fronteras estatales.

Podemos elegir tomar el camino del amor y ver en nuestro prójimo el rostro de Cristo. Los cristianos podemos elegir actuar como si realmente creyéramos que nosotros, en realidad todos los seres humanos, estamos hechos a imagen de Dios.