Cardenal Blase J. Cupich

El Jesús resucitado y la Sagrada Comunión

viernes, mayo 20, 2022

No hay vuelta atrás. Los Evangelios son inequívocos y unánimes. El Señor resucitado apareció a sus discípulos con todas las heridas que sufrió en la cruz. En repetidas ocasiones, cuando aparece les muestra sus manos y el costado, e incluso los invita a tocar las heridas allí.

No hubo una sanación mágica, convirtiéndolo en un super hombre invulnerable. Por supuesto, hay representaciones artísticas que lo retratan como tal, que sirven como un comentario sobre cuán difícil es comprender el significado del Hijo de Dios tomando nuestra carne.

El padre jesuita Michael Buckley, un amigo de recuerdos felices, una vez observó que Jesús no solo no tenía miedo de compartir las debilidades de nuestra condición humana, sino que de hecho las valoraba. Esto era debido a que Jesús comprendió que la “debilidad [humana] nos relaciona profundamente con otras personas”, como lo señaló Buckley. “Nos permite sentir con ellos la condición humana, la lucha humana y la oscuridad y la angustia que claman por la salvación” (“¿Eres lo suficientemente débil para ser un sacerdote?” un discurso inédito de Buckley).

La noche antes de morir, Jesús reveló a sus discípulos cómo percibía su vida humana, su existencia corporal; un cuerpo partido por nosotros, una sangre derramada por nosotros. Al ofrecerse a sí mismo como sacrificio por nosotros, Jesús pasa por el terror y la incertidumbre de la muerte y da nueva vida. ¿No es este el mensaje de la Eucaristía, que sólo puede ser una fuente de gracia para nuestras vidas si se parte y comparte?

Luchamos por llegar a ser como Cristo de esta manera. En nuestra mentalidad occidental, el padre Buckley señala: “No admitimos auténticamente el costo de una lucha y casi nunca permitimos que el miedo real emerja”. Disfrazamos nuestra humanidad y vulnerabilidad a pesar del hecho de que todos enfrentamos el carácter incompleto y la contingencia de la vida humana cada día.

Nos preocupamos por nuestro futuro y nuestro valor en un mercado que valora exclusivamente la ganancia material y el éxito. Nos preocupamos por cómo moriremos y cuestionamos el significado de la vida. Nos estremece la muerte repentina de alguien cercano a nosotros y nos damos cuenta de lo frágil que es la vida humana cuando escuchamos del diagnóstico mortal de alguien de nuestra edad.

En la Eucaristía, Jesús nos llama a valorar nuestra débil condición humana. Él nos llama a una conversión que significa alejarse de un enfoque a la vida humana que quiere pretender que somos invulnerables, que podemos garantizar nuestra seguridad al aislarnos de aquellos que nos pueden hacer exigencias. Somos invitados a decir “amén” a una nueva manera de vivir a medida que avanzamos para unirnos a la cena del Señor.

Esa respuesta debe darnos una pausa y obligarnos a reflexionar sobre qué estamos declarando realmente al decir “amén”. Significa que estamos dispuestos a ser pan para otros, a ser partidos para otros y a ser consumidos por otros. Significa dejar atrás una vida que trata de disfrazar nuestra humanidad. Significa abrirnos a abrazar nuestras debilidades de tal manera que podamos relacionarnos con los demás en el nivel profundo de “sentir con ellos la condición humana, la lucha humana y la oscuridad y la angustia que claman por la salvación”.

Todo esto sirve como un útil recordatorio del por qué llamamos a la Eucaristía la “Sagrada Comunión”.

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