Cardenal Blase J. Cupich

Recibir la vacuna contra COVID-19 es un imperativo moral

viernes, diciembre 17, 2021

Hay buenas noticias acerca de cómo los católicos ven a las vacunas contra COVID-19. Según nuevos datos de encuestas del Public Religion Research Institute, la tasa de aceptación por parte de los católicos blancos pasó del 68% en marzo al 82% actualmente, y entre los católicos hispanos, saltó del 56% al 90% durante el mismo periodo. Esto es notable, y algo para celebrar.

Igual de prometedora es la noticia de que el 60% de los estadounidenses están de acuerdo con la afirmación: “Debido a que vacunarse contra COVID-19 ayuda a proteger a todos, es una manera de vivir el principio religioso de amar a mi prójimo”.

El papa Francisco a menudo ha abogado por las vacunas usando un lenguaje similar. “Vacunarse, con vacunas autorizadas por las autoridades competentes, es un acto de amor. Y ayudar a que la mayoría de la gente lo haga, es un acto de amor. Amor a uno mismo, amor a los familiares y amigos, amor a todos los pueblos”, dijo en un anuncio de servicio público emitido el 18 de agosto.

En otras palabras, decidir vacunarse no es solamente una decisión sobre la salud propia. Las personas no vacunadas que contraen el virus, bien sea que experimenten síntomas o no, comúnmente transmiten la enfermedad, y cada persona que lo contrae e infecta a otras aumenta la posibilidad de que el virus mute de maneras más peligrosas.

Si bien es cierto que hay casos de infecciones en vacunados, los estudios han mostrado que dichas personas tienden a experimentar cargas virales más bajas que los que no están vacunados y por lo tanto no transmiten el virus COVID-19 a los mismos niveles. Y lo que es más, la enfermedad experimentada por las infecciones en vacunados tiende a ser mucho menos grave que la de las personas no vacunadas que contraen el virus; lamentablemente ellos tienen una tasa mucho más alta de hospitalización y muerte.

Además, a medida que el virus continúa transmitiéndose, con el consiguiente aumento de las hospitalizaciones entre las personas no vacunadas, nuestro sistema de cuidado de la salud está siendo abrumado terriblemente. La comunidad médica y el público en general están pagando el precio.

Un informe del 19 de noviembre de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades señala que “aumentos en los casos de COVID-19 han estresado los sistemas hospitalarios, han afectado negativamente las infraestructuras de cuidado de la salud y salud pública y han degradado funciones críticas nacionales”. En otras palabras, a medida que los recursos son desviados para atender a aquellos que han contraído COVID-19, procedimientos de elección y prevención normales están siendo suspendidos, poniendo en riesgo a aquellos que podrían beneficiarse del tratamiento de enfermedades graves, como ataques al corazón, accidentes cerebrovasculares y emergencias diabéticas.

Por ejemplo, en Minnesota, que está experimentando uno de los peores aumentos de COVID en la nación, los directores ejecutivos de los sistemas de cuidado a la salud publicaron anuncios de una página completa a lo largo del estado la semana pasada levantando alarma sobre la amenaza que la pandemia está representando para su capacidad de proveer atención no solamente a los infectados; sino a cualquier persona.

“Nuestros departamentos de emergencia están desbordados y tenemos pacientes en cada cama de nuestros hospitales”, dice el anuncio. “Esta pandemia ha puesto a prueba nuestras operaciones y desmoralizado a muchas personas en nuestros equipos. La atención en nuestros hospitales es segura pero nuestra capacidad para brindarla está amenazada”.

Lo que es igualmente escalofriante es que si el uso de camas de la unidad de cuidados intensivos en todo el país alcanza el 75% de la capacidad, “se estima que 12,000 muertes adicionales en exceso ocurrirían a nivel nacional durante las próximas dos semanas”, según ese informe de CDC. “A medida que los hospitales superan el 100% de la capacidad de camas en ICU, se esperarían 80,000 muertes en exceso en las siguientes dos semanas”.

En otras palabras, si nuestros hospitales se llenan, muchos miles de personas morirán que de otra manera podrían haber vivido; además de los cerca de 800,000 estadounidenses que ya han fallecido de COVID-19. Eso más que el número de estadounidenses que perdieron sus vidas en la Guerra Civil (750,000), la pandemia de gripe de 1918 (675,000), y la Segunda Guerra Mundial (405,399).

Controlar el crecimiento del contagio es crucial, haciendo de la vacunación universal un imperativo moral. Recibir la serie completa de inyecciones de las vacunas, así como también considerar los refuerzos que podrían aumentar nuestra protección contra la última variante, no se trata solamente de protegernos a nosotros mismos de este flagelo. También se trata de proteger a los demás del virus. Se trata de que cada uno de nosotros haga su parte para dejar de ayudar a que el virus mute y para garantizar que esta enfermedad no paralice a nuestros sistemas de cuidado de la salud.

El virus ha cobrado la vida de tantos de nuestros hermanos y hermanas. Nos ha llevado al resto de nosotros primero al aislamiento y ahora a dos pasos extraños de normalidad y anormalidad. De esa manera, ha atacado nuestra propia naturaleza como seres humanos, que es ser sociales, estar unos con otros.

Por lo tanto, aferrémonos a ese aspecto esencial de la humanidad y unámonos todos para vencer finalmente esta enfermedad.

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