Voluntarios de la iglesia Wheaton Bible hacen emparedados para llevar en el comedor de beneficencia en la iglesia St. Thomas of Canterbury el 28 de junio. Foto: Karen Callaway/Católico
A las 3:30 p.m. de un viernes, el sótano de la iglesia St. Thomas of Canterbury, en 4827 N. Kenmore Ave., ya está lleno de actividad. Voluntarios cortan verduras. Una persona abre latas de frijoles y otros ponen rebanadas de pan en cestas sobre las mesas largas que ocupan el salón de usos múltiples. En dos horas, abrirán las puertas del comedor de beneficencia de St. Thomas of Canterbury, como lo han hecho casi cada martes y viernes durante los últimos 42 años. Mucho ha cambiado en estas décadas, incluyendo el liderazgo y la administración de la iglesia, ahora parte de la parroquia Sts. Ita y Thomas of Canterbury después de combinarse con su vecino del norte como parte de Renueva mi Iglesia, pero el comedor de beneficencia ha permanecido constante. El padre franciscano conventual Robert Cook, pastor de la nueva parroquia, había estado liderando ambas parroquias antes de su fusión. Él dice que la combinación ha traído vida nueva a la comunidad entera. “St. Ita era una parroquia grande de acuerdo a los estándares de la ciudad con una vida parroquial vibrante, pero no con muchos ministerios de divulgación”, señaló Cook. “St. Thomas era una parroquia pequeña con una larga historia de divulgación”. El vecindario de Uptown ha cambiado, con más jóvenes adultos y menos hoteles de ocupación individual. Cook dijo que él no cree que el vecindario algún día llegue a estar aburguesado al punto que ya nadie en el área necesite los servicios del comedor de beneficencia. Al mismo tiempo, los adultos jóvenes y otras personas que son voluntarios en el comedor necesitan lo que éste les da a ellos también. “Los comedores de beneficencia existen tanto como para los voluntarios como para los invitados”, mencionó Cook. “Es una oportunidad para encontrar a Cristo”. Justo antes de las 4 p.m., más de una docena de adolescentes y varios adultos jóvenes se abrieron paso hacia el sótano. El grupo, voluntarios por primera vez de la iglesia Wheaton Bible Church en los suburbios en el oeste, se pone a trabajar inmediatamente colocando sillas y distribuyendo cubiertos de plástico y servilletas en la mesa. El hermano franciscano conventual Ayub Mwenda programa voluntarios, se asegura de que haya suficientes personas para el comedor, la despensa y otros ministerios. El hermano franciscano conventual Donald Thielsen revuelve dos ollas de sopa con una pala de madera. Vive en Marytown, en Libertyville y cada martes y viernes recoge donaciones de alimentos en una camioneta y entrega algunas de ellas en varias despensas de comida antes de llegar a St. Thomas of Canterbury. “Dependemos de la providencia”, dijo el hermano Donald. “Nunca nos falta.” El hermano Donald recuerda un momento hace unos 20 años. En ese tiempo, el comedor atraía mucho más de los 100-120 invitados que atrae ahora, pero en esta noche en particular, por alguna razón, la fila creció más de lo usual. Estaban sirviendo perros calientes, y no iba a haber suficientes. Los voluntarios discutieron qué se podía hacer: ¿Servir lo que tenían y luego cerrar las puertas? ¿Cortar cada perro caliente por la mitad para que todos pudieran tener un poco? Ninguna parecía una buena solución. Así que oraron. Luego un camión de venta de comida llegó y el chofer dijo que estaba lleno de perros calientes que sobraron del estadio de los White Sox, ¿podría el comedor de beneficencia usarlos? “Ha habido tantos milagros”, dijo. Una vez que las sillas están en su lugar, Jim Eder — “director temporal” del comedor los últimos 39 años — llama a los adolescentes para repasar las reglas. La primera regla, dijo, es tratar a los invitados no como clientes o limosneros. “Son nuestros invitados de honor”, dijo. “No hacemos proselitismo y no predicamos. Compartimos el Evangelio por la manera en que actuamos: con cuidado, comprensión, respeto y amor”. La segunda regla es asegurarse de que los invitados también tratan a los voluntarios con cortesía, dijo Eder. Si hay un problema, les dice a los adolescentes que no traten de resolverlo ellos mismos, sino buscarlo a él. Eder dio a los voluntarios capítulo y versículo —Lucas 14:12-14— sobre Jesús diciendo a sus seguidores que inviten “a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos” cuando ellos sean anfitriones de un banquete. Eder dijo que el comedor de beneficencia comenzó cuando él vivía en una casa de Catholic Worker en el vecindario. Cuando el primer director se fue, el pastor pidió a Eder que se encargara temporalmente. “Él dijo que él sabía que yo me aseguraría que la basura fuera sacada y las luces fueran apagadas”, señaló Eder. Jack Zang, que ha sido voluntario una vez al mes durante 14 años, y Judy Hiertz, voluntaria durante 15 años, pertenecen al grupo de St. Catherine Laboure. Ellos van el último viernes de cada mes, después salen a cenar juntos, dijo Zang. Zang dijo que sus hijos adultos vienen a su casa para la cena del Día de Acción de Gracias cada año, y luego todos sirven como voluntarios en el comedor al día siguiente. Alrededor de las 5:15, Eder termina su charla y todos se levantan para hacer los preparativos finales. A las 5:25, todos se detienen para orar juntos, por los invitados, por los voluntarios, por todos los que necesitan una oración. A las 5:30, las puertas abren. Un invitado llamado Jesse dijo que él ha sabido del comedor desde que era niño y vivía en el vecindario. Él es jornalero, y en ocasiones no hay suficiente trabajo, y si no hay suficiente trabajo, no hay suficiente dinero para la comida. Para las 6:30, los invitados terminan de comer. Los voluntarios limpian la cocina, limpian las mesas y guardan las sillas. Cuando terminan, Eder se asegura que toda la basura ha sido sacada y apaga las luces.