Como directora del Programa de Reasentamiento de Refugiados de Caridades Católicas, una de las "ventajas" de mi trabajo es poder dar la bienvenida a las familias de refugiados cuando llegan al aeropuerto. Recientemente, recibimos a una niña de 11 años de Uganda para que pudiéramos reunirla con su madre después de cinco años de estar separadas. Era demasiado peligroso para la niña huir con su madre, así que se quedó con parientes hasta que su mamá fue elegible para traerla a los Estados Unidos. Ver el reencuentro de esta madre y su hija después de haber soportado la violencia, las dificultades y años de estar separadas, es lo que hace que mi trabajo sea tan gratificante. Aunque siempre he admirado la valentía, la resistencia y la humilde paciencia de las familias de refugiadas, la pandemia COVID-19 me ha hecho apreciar aún más estas cualidades. Este enemigo invisible ha provocado miedo, ansiedad, aislamiento de familiares y amigos, aislamiento de la adoración religiosa, pérdida de seres queridos, pérdida de sustentos y ha puesto nuestras vidas completamente patas arriba. Me recuerdo a mí misma que cada día los refugiados se enfrentan a estas cargas y más, ya que sus enemigos están lejos de ser invisibles. Sin embargo, de alguna manera los refugiados —hijos únicos de Dios— perduran. Viven con la esperanza de que aún están por venir cosas mejores, y deben perseverar a través de obstáculos y contratiempos con resiliencia y fortaleza. En estos últimos meses, he aprendido que también puedo hacer esto. Qué todos podemos. Me inspiran las familias de refugiados que realmente son modelos de resistencia y valentía, y como ellos, elegiré vivir con humilde paciencia, con la esperanza de que nos aproximan mejores días. Elmida Kulovic es directora del Programa de Reasentamiento de Refugiados de Caridades Católicas.