Cardenal Francis George, O.M.I.

La columna del Cardenal

viernes, octubre 31, 2014

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hace algunas semanas, regresé durante un fin de semana a Yakima, Washington, con el fin de dedicar un gimnasio que llevará mi nombre en una escuela secundaria a la que ayudé a empezar cuando todavía era obispo allí. En Roma, el Sínodo sobre la Familia estaba empezando y me ayudó a reflexionar, una vez más, sobre cómo la Iglesia es una familia, una clase especial de familia, que comparte la vida misma de Cristo. Un obispo tiene una relación familiar con la diócesis que sirve, y me sentí, por esos pocos días en Yakima, de vuelta con una familia de la que una vez había sido parte.

Mi tiempo como Arzobispo de Chicago está llegando a su fin y mi relación con esta arquidiócesis cambiará. Seguirá siendo mi familia, pero estaré presente de una manera muy diferente, aún por definirse. Uno es parte de una familia, no por lo que uno hace, sino por las relaciones que se forman a través de la participación que uno tiene en la vida de las personas. Como sucede con cualquier familia, algunos días son mejores que otros, pero los lazos familiares se mantienen en la Iglesia porque Cristo es siempre fiel a nosotros, incluso cuando nos alejamos de él y de aquellos cuya vida compartimos alguna vez en su cuerpo, la Iglesia.

Los miembros de una familia llegan a conocerse unos a otros de diversas maneras, por lo que estoy especialmente agradecido a los Consejos arquidiocesanos, cuyos miembros, en los últimos años, me han hablado de su vida de fe y me han invitado a entrar en sus mentes y sus corazones. Hace algunos años, comencé a tomar notas para escribir una “carta” que incluyera muchos de estos puntos de vista, explicando cómo me han ayudado a entender mi trabajo como obispo, aquí. Si bien la “carta” no será escrita, ahora que dejo mis responsabilidades como arzobispo, lo hago con un pensamiento y un corazón diferentes a causa de lo que han compartido conmigo muchos que ustedes durante estos diecisiete años y medio que han pasado. Recientemente, he recibido muchas cartas relatándome cómo he influido a otros en formas que jamás me di cuenta; esa información también me ayuda a completar la experiencia que tuve aquí en mis años como arzobispo. Estoy muy agradecido.

La vida de la Iglesia es la vida en Cristo, y esa vida sigue siendo la misma, no importa quién sea el obispo o lo que haga. Sin embargo, ayuda mucho cuando los miembros de esta familia se deciden a auxiliar al arzobispo a trabajar con éxito y con buen propósito. Estoy seguro de que todos los fieles de la Arquidiócesis orarán por el arzobispo Cupich y trabajarán con él para fortalecer aquí la misión de la Iglesia. Él llega a una Iglesia local vibrante, a la cual aportará mucho. Por lo tanto, permítanme que mi última solicitud a todos ustedes sea la siguiente: denle una cálida bienvenida, en nombre de Cristo, a quien representará aquí como cabeza de la Iglesia.

Que Cristo nos bendiga a todos nosotros y nos mantenga cerca de él y cercanos los unos a los otros en los tiempos que vendrán. A todos ustedes, muchas gracias.

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