Cardenal Francis George, O.M.I.

Un salario justo para los cazadores de pieles

domingo, agosto 31, 2014

En 1996, cuando fungía como arzobispo de Portland, en Oregon, leí sobre la vida y obra de François Norbert Blanchet, mi primer predecesor como arzobispo allí. Blanchet era un canadiense francés que en 1936 llegó como sacerdote a la zona del noroeste, en el Pacífico y que fue nombrado arzobispo del territorio de Oregon en 1845. En aquel tiempo solo Baltimore, Maryland, era una arquidiócesis en este país y la Santa Sede decidió que debía haber otra arquidiócesis en la parte occidental, la cual estaba desarrollándose rápidamente, del país que recientemente se había expandido. (En la misma época Illinois se había constituido en una diócesis, con sede en Chicago, en 1843).

Al mismo tiempo que el arzobispo Blanchet trabajaba para establecer una nueva arquidiócesis, registraba también las condiciones de vida y trabajo de su pueblo. La Hudson Bay Company controlaba las condiciones de trabajo de los cazadores de pieles quienes, junto con los pescadores, crearon la base económica de la zona. Los cazadores de pieles eran individualistas en su trabajo y en sus vidas y el arzobispo Blanchet resultó instrumental en ayudarles a unirse con el fin de obtener mejores precios por sus pieles de parte de la Hudson Bay Company, la cual era la fuerza económica dominante en el Oregon de aquellos tiempos.

El derecho de los trabajadores para tener una voz en el desarrollo económico de la sociedad pronto fue incorporado en la Doctrina Social Católica. La preocupación comenzó con los párrocos que sabían cómo vivían y trabajaban sus feligreses. Monseñor George Higgins de Chicago fue un portavoz destacado de esta preocupación hasta su muerte hace unos años. La preocupación evolucionó en una doctrina oficial, sobre todo en la encíclica de 1891 del Papa León XIII Rerum Novarum. Dicha preocupación está presente una vez más en la declaración de los Obispos de Estados Unidos con motivo del Día del Trabajo.

El arzobispo Thomas Wenski de Miami, en su papel de presidente del Comité de Obispos sobre Justicia Nacional y Desarrollo Humano, ha publicado un documento en el que critica la “economía de la exclusión”. El documento trata de llamar la atención de manera particular hacia los millones de jóvenes que están desempleados en los Estados Unidos. La reciente lenta recuperación de la recesión aún no ha tenido su efecto en la vida de muchos trabajadores y sus familias.

Así lo demuestran algunas estadísticas disponibles. En los últimos años, el ingreso real promedio de la quinta parte más pobre de las familias estadounidenses ha seguido disminuyendo, llegando ahora a un nivel inferior al que tenía cuando se declaró la Guerra contra la Pobreza en 1968. El ingreso promedio de los estadounidenses de clase trabajadora ha caído un 6.5% en los últimos trece años. Los ingresos de la clase media han disminuido de manera similar, al igual que lo han hecho los ingresos de las mujeres y de los hogares afro-americanos e hispanos.

La Doctrina Social Católica no contiene ninguna fórmula para el éxito económico. La economía está en manos de los trabajadores y de los empresarios, y el grado de regulación gubernamental que podría necesitarse es un tema político que los votantes mismos deben decidir. Sin embargo, la doctrina social católica insiste que una buena sociedad es aquella que ofrece la oportunidad de trabajar a todos los que pueden hacerlo y que ofrece una red de seguridad lo suficientemente fuerte como para sostener con dignidad a los que no pueden trabajar. La seguridad y la estabilidad para las familias sigue siendo el objetivo bajo cuya luz toda política económica debe ser juzgada. Este objetivo se desprende directamente de la revelación bíblica de que cada uno de nosotros está hecho a imagen y semejanza de Dios y que nos necesitamos unos a otros para proteger la dignidad de nuestro prójimo.

La dignidad no equivale necesariamente a una gran riqueza, la cual trae consigo sus propias obligaciones. La propiedad privada conlleva siempre una hipoteca social. Sin embargo, la dignidad, incluso la de los más pobres, requiere de la participación de todos nosotros para crear una sociedad en la que la “riqueza” de talento y habilidad que posee cada ser humano tenga la oportunidad de contribuir al bien común de todos. El desempleo y el subempleo continúan socavando la dignidad humana. Atender este asunto sigue siendo el gran reto en este Día del Trabajo 2014, igual que lo fue en el territorio de Oregon en 1845.

Que Dios bendiga a cada uno de ustedes y sus familias ahora que honramos una vez más, este año, a todos aquellos que trabajan. Pido a nuestro Señor que todos podamos seguir trabajando juntos por una sociedad más adecuada a la dignidad de todos aquellos a quienes Dios ha hecho a su imagen y semejanza.

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