Cardenal Francis George, O.M.I.

Conciencia

lunes, octubre 31, 2011

“Los derechos de conciencia” y su defensa en las leyes civiles son actualmente la causa de muchas protestas contra las reglas propuestas por el gobierno acerca de los llamados “servicios reproductivos” y el seguro de salud que prácticamente sacaría a los hospitales católicos del sistema de salud y a las universidades católicas del sistema de educación. En estos momentos el auxilio de Caridades Católicas en este y en otros estados se ha visto reducido por un cambio en las leyes del matrimonio. En todos estos casos, quienes protestan por las intrusiones del gobierno en la consciencia hacen un llamado a la larga tradición del derecho civil estadounidense: el Estado no tiene derecho a ejercer una coerción sobre la conciencia, ya sea personal o institucional, ni definir cómo debería ser un ministerio religioso. ¿Qué está en juego en este debate público?

Lo qué está en juego, en primer lugar, es la libertad religiosa. Solíamos creer que la libertad de religión estaba protegida por la Constitución y que el derecho civil evitaría que los grupos anticatólicos o anti-religiosos atacaran a las instituciones de la Iglesia. Ahora, algunos de estos grupos están utilizando las leyes civiles para destruir a estas mismas instituciones. Para algunos activistas homosexuales, los que están a favor del aborto y para los demás fanáticos que resienten las enseñanzas de la Iglesia, llegó el momento de pagar el reconocimiento de la Iglesia de sus acciones como objetivamente pecaminosas. Para otros, incluyendo algunos grupos católicos, es un caso de reconocer un cambio en la cultura popular y decidir cambiar sus creencias personales para cumplir con lo que es socialmente aceptable.

Lo que también está en juego es la libertad personal para actuar en público basados en la propia fe religiosa. La libertad de expresión y la expresión individual están todavía bien protegidas, pero las personas que quieren ejercer sus convicciones religiosas específicas se encuentran sin la protección legal que existía incluso apenas hace unos años. Sin embargo, lo que nos enseña la historia con claridad, es que cuando la cultura dominante y sus leyes eliminan la libertad religiosa, el Estado se convierte en sagrado. En estas circunstancias no se permite que ningún llamado a Dios ni a una moral basada en la fe religiosa entre al círculo cerrado del legalismo civil. El poder coercitivo del Estado no se limita a mantener el orden externo, sino que invade el ámbito interno la relación que uno tiene con Dios. El Estado se convierte en una iglesia.

Por supuesto, para aquellos que estamos en la Iglesia, la conciencia personal se rige por lo que la Iglesia enseña que ha sido revelado por Dios y sus consecuencias en la actividad moral y la vida política. Es por eso que la distinción institucional entre Iglesia y Estado se basa en las creencias católicas. La diferencia en los tiempos modernos ha sido violada, no por la Iglesia, sino por el Estado en las sociedades totalitarias, y ahora, por primera vez, aquí. La Iglesia enseña en todas partes en nombre de Cristo y media su voluntad para los creyentes católicos. A diferencia del Estado, que no tiene origen divino, la Iglesia es madre y maestra. Su voz es interna.

¿Qué sucede cuando una persona que fue bautizada católica ya no escucha la voz de la Iglesia y reivindica el derecho en conciencia de “disentir” de la enseñanza de la Iglesia? Depende, por supuesto, de qué tan cerca se encuentra una enseñanza en particular a la revelación divina. Negar la resurrección de Cristo o su presencia real en el Santísimo Sacramento, evidentemente, lo coloca a uno fuera de la comunidad de fe católica. Estar en desacuerdo no sólo en la práctica sino en principio, con las enseñanzas morales o doctrinales que son impopulares o personalmente inaceptables también debilita e incluso destruye nuestra pretensión de ser católicos. La aceptación de una verdad revelada que se enseña de manera definitiva por la Iglesia no es principalmente una cuestión de conciencia, sino de fe. Rechazar una verdad revelada, significa que la conciencia de uno no está iluminada por la fe; uno no es un creyente.

Conciencia, en definitiva, se trata en primer lugar acerca de la verdad y de cómo la verdad gobierna la acción. En la Iglesia, la conciencia de una persona gobierna su acción personal, sino una conciencia católica se forma en la fe católica, que no es una creación personal, sino un don de Dios que capacita al creyente para vivir como un discípulo de Jesús. La decisión de conciencia no se basa en afirmar la propia subjetividad, como si la conciencia fuera el derecho de libre albedrío y el yo fuera soberano en materia religiosa; una decisión de conciencia es mas bien un hecho en obediencia a la verdad revelada por el Creador en el la ley moral natural y por Cristo a través de su Iglesia. Cristo no murió en la cruz y resucitó de los muertos para que nosotros pudiéramos creer y hacer lo que queramos. Una conciencia que es para nosotros un eco genuino de la voluntad de Dios, nos deja llenos de felicidad, alegría y paz. Aquellos que están en la mala conciencia muestran una inquietud y vergüenza que persigue sus vidas.

La conciencia y los derechos y deberes de la misma demandan una gran cantidad de reflexión. Estos párrafos están escritos únicamente para hacer la distinción entre la conciencia en el derecho civil, la cual se abstrae de la fe religiosa pero debiera protegerlo, y la conciencia en la comunidad de fe que es la Iglesia. El Estado no puede enseñar la verdad religiosa, la Iglesia tiene que hacerlo, porque Cristo, su Cabeza, asegura ser la verdad. La gente de fe se regocija en esa afirmación y sigue a Cristo a conciencia, entregando su vida a él en su cuerpo, la Iglesia.

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