El papa Francisco ha insistido en que, para que la iglesia sea fiel a sí misma, debemos actuar de una manera más sinodal. Esto concuerda con la visión de renovación promovida en las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que destacó la dignidad y la misión comunes de todos los bautizados para comprender el misterio y la misión de la iglesia. Todos los católicos, como miembros de la Iglesia, no solo caminan juntos y se reúnen, sino que también tienen la responsabilidad de participar activamente en la misión de proclamar el Evangelio. En 2017, la Comisión Teológica Internacional (ITC, por sus siglas en inglés) produjo un documento muy útil: “La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia” para ayudar a guiar nuestra discusión a medida que la iglesia se prepara para el próximo sínodo sobre la sinodalidad. El texto señala que la sinodalidad tiene sus raíces en un término antiguo y venerado: “sínodo”, que está enraizado en divina revelación. “Compuesta por la preposición ‘syn’ (con) y el sustantivo ‘ódós’ (camino)”, señala el documento, “(sínodo) indica el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios. Remite por lo tanto al Señor Jesús que se presenta a sí mismo como ‘el camino, la verdad y la vida’ (Jn 14,6), y al hecho de que los cristianos, sus seguidores, en su origen fueron llamados ‘los discípulos del camino’ (Hch 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22)”. Los padres de la iglesia consideran la palabra “sínodo” un sinónimo de iglesia, como vemos en los escritos de San Juan Crisóstomo, quien observa que “iglesia” es el nombre para “caminar juntos (synodia)”. Sin embargo, a pesar de todos estos antecedentes teológicos muy útiles, desafortunadamente hemos sido testigos de declaraciones recientes por parte de algunos que están en desacuerdo con la decisión del Santo Padre de convocar un sínodo sobre la sinodalidad. Entre las afirmaciones erróneas, que están alimentando temores, está la de que la reunión en Roma este octubre alterará radicalmente la enseñanza y práctica de la Iglesia, alineará a ambas con ideas seculares y resultará en cisma. La historia ha demostrado que el uso de tácticas de miedo por parte de aquellos que se resisten a cualquier tipo de renovación que implique cambio no es nuevo. Haríamos bien en recordar el discurso “Gaudet Mater Ecclesia” (“La Madre Iglesia se regocija”), dado por San Papa Juan XXIII al comienzo del Vaticano II. Ante las funestas predicciones de que el concilio arruinaría la Iglesia, el santo papa rechazó los pensamientos de “profetas de fatalidades que siempre están pronosticando desastres” en el mundo y en el futuro de la Iglesia. Pero más importante, estos “profetas de fatalidades” modernos caracterizan erróneamente el objetivo del sínodo sobre la sinodalidad. La pregunta principal para el próximo sínodo es: ¿Cómo permaneceremos fieles al plan mismo de Cristo para la Iglesia? Esta es una pregunta que San Papa Juan Pablo II insistió la Iglesia debe presentar continuamente.