Cardenal Blase J. Cupich

Un avivamiento eucarístico que renueva la Iglesia: Parte I

viernes, septiembre 9, 2022

Los obispos católicos de Estados Unidos han lanzado un avivamiento eucarístico a lo largo de los próximos tres años. El papa Francisco ha hecho una contribución singular a ese esfuerzo con el reciente lanzamiento de su poderosa y teológicamente rica carta apostólica sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios, “Desiderio Desideravi” (“Ardientemente he deseado”). Él nos dice que su objetivo es “invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana” como un medio para apreciar más plenamente “la belleza de la celebración cristiana y de sus necesarias consecuencias en la vida de la Iglesia”.

Esto también debe ser el objetivo de nuestro avivamiento eucarístico. Un principio central en ese redescubrimiento es que en el ritual transmitido a nosotros de esos discípulos en la Última Cena, encontramos al Señor crucificado y resucitado y se nos invita a participar en el misterio pascual al compartir su obra de salvar al mundo. Este encuentro entrañable por el cual el Señor resucitado nos invita a participar en su obra salvadora es el núcleo de la fe eucarística, porque, como observa el Santo Padre: “La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es”.

Para decirlo de otra manera, la misa no es una representación de la Última Cena, una obra de teatro que se actúa solo para conmemorar lo que Jesús hizo, como lo hacemos en los feriados cívicos que recuerdan momentos de nuestra historia. Más bien, la Eucaristía es un encuentro real con Cristo crucificado y resucitado, porque, como nos recuerda el Concilio de Trento, lo que realmente se hace presente en la Eucaristía es la victoria y el triunfo de Cristo sobre la muerte para nosotros que participamos en ella.

Por esta razón fue que cuando los padres del Concilio Vaticano II asumieron el trabajo de reformar la liturgia, una prioridad importante fue promover la participación plena, activa y consciente de todos los bautizados. Se prestó toda la atención para asegurarse de que la liturgia garantizaría este encuentro y ayudar a todos los bautizados a comprender que vienen a la Eucaristía como participantes auténticos, no espectadores.

Desde el comienzo de la misa, en una sola voz reconocemos nuestra necesidad de la misericordia de Dios en el rito penitencial. Luego unimos nuestras voces para alabar a Dios mientras cantamos el Gloria. Entonces, juntos escuchamos la palabra de Dios, y respondemos con una sola voz a la palabra en el salmo responsorial y saludamos al Señor resucitado como el Evangelio en las palabras de la mañana de Pascua en el Aleluya.

Continuamos profundizando nuestra participación en la acción salvadora de Cristo mientras la Plegaria Eucarística relata lo que Jesús hizo en su vida y en la Última Cena. Al decir “amén”, proclamamos que su historia es ahora nuestra historia, que hacemos realidad al participar en compartir el pan y la copa, convirtiéndonos así en un solo cuerpo en Cristo.

Ese es el por qué el papa Francisco escribe en “Desiderio Desideravi”: “la acción celebrativa no pertenece al individuo sino a Cristo-Iglesia, a la totalidad de los fieles unidos en Cristo. La Liturgia no dice ‘yo’ sino ‘nosotros’, y cualquier limitación a la amplitud de este ‘nosotros’ es siempre demoníaca. La Liturgia no nos deja solos en la búsqueda de un presunto conocimiento individual del misterio de Dios, sino que nos lleva de la mano, juntos, como asamblea, para conducirnos al misterio que la Palabra y los signos sacramentales nos revelan”.

El Santo Padre señala que hay quienes afirman que perdimos el sentido de misterio sobre la misa con las reformas del Vaticano II. A esto él responde que tenemos que ser cuidadosos de no perseguir un sentido falso de misterio, que describe como “desorientación ante una realidad oscura o un rito enigmático”. Sino, dice, el verdadero misterio es que Cristo nos ha invitado a participar en su obra salvadora. Esto es lo que debería asombrarnos, nos dice el papa Francisco. “Es… admiración ante el hecho de que el plan salvífico de Dios nos haya sido revelado en la Pascua de Jesús (cfr. Ef 1,3-14), cuya eficacia sigue llegándonos en la celebración de los ‘misterios’, es decir, de los sacramentos”.

Durante los próximos meses estaremos proporcionando a las parroquias recursos diseñados para ayudar a sus comunidades a unirse a este avivamiento eucarístico nacional.

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