Cardenal Blase J. Cupich

Recuerdos pasados y pesadillas presentes

martes, abril 26, 2022

La invasión rusa de Ucrania me entristece profundamente por una serie de razones. Primero, la paz mundial está siendo amenazada como nunca antes desde la Crisis de los Misiles en Cuba. Esa posibilidad escalofriante de guerra nuclear, con que se ha amenazado, debería obligarnos a todos a tomar este momento con seriedad.

Al mismo tiempo, esta acción es una violación a los derechos humanos y a la soberanía nacional de un país que se ha reconstruido en los últimos treinta años como una democracia pacífica que contribuye al bien común del mundo.

Yo he estado en Ucrania seis veces y llegué a admirar el progreso que ha hecho este antiguo estado vasallo soviético a medida que entraba en la familia de naciones libres y prósperas. Su pueblo ha trabajado duro para lograr un gran progreso y ahora eso está siendo destruido.

También está la tragedia de los ucranianos que están siendo forzados a revivir muchos de los horrores que sufrieron durante la Segunda Guerra Mundial. Se estima que cuatro millones de civiles ucranianos, incluyendo un millón de judíos, murieron en la guerra, y eso no incluye más de dos millones que sirvieron en el ejército y perdieron sus vidas. Desde la reciente invasión rusa, más de 4.7 millones de refugiados han dejado Ucrania, mientras que se estima que 7.1 millones de personas han sido desplazadas dentro del país.

El pueblo ucraniano tenía todo el derecho de pensar que su historia de guerra estaba en un pasado distante, pero ahora ven que este no es el caso. Ese recuerdo del pasado ha regresado como una pesadilla presente.

También estamos siendo testigos de la violación de derechos humanos y la dignidad a medida que atrocidades y crímenes de guerra salen a la luz.  Uno solo puede imaginar cuán descorazonada está dejando esta invasión no provocada a la gente de esta naciente democracia, particularmente cuando recuerdan el pasado.

En una de mis visitas, un obispo me dio un recorrido de sus nuevas oficinas de la eparquía, que estaban en un antiguo edificio de gobierno; de hecho, había sido una prisión soviética. El obispo lo renovó con la ayuda de católicos estadounidenses a través de la colecta anual para Europa del Este y Central.

Disfruté visitar los espacios renovados en los dos pisos superiores. Había muchas ventanas para la luz del sol, conectando a la iglesia con el mundo. Los salones estaban elegantemente decorados con coloridos muebles y adornos de pared de buen gusto.

Luego el obispo me llevó al sótano. Fue en estos espacios oscuros y sucios que los prisioneros eran encerrados y torturados. De las paredes colgaban cadenas que sujetaban a los reclusos y en esas paredes permanecían sus garabatos de nombres y fechas.

El obispo me dijo que él y su comunidad decidieron dejar el sótano como lo encontraron. Él quería que las futuras generaciones supieran que el trabajo que se llevaba a cabo para la iglesia de arriba era posible debido a aquellos que sufrieron opresión en el sótano. “ Necesitamos recordar de dónde venimos”, me dijo el obispo, “para que nunca demos por sentada la libertad que se ganó”.

Pensé en esa visita esta semana. Lamentablemente, ahora habrá nuevos sótanos de sufrimiento a medida que las personas se refugian del ataque de la guerra; hambrientas y asediadas. Oremos para que esta brutalidad termine pronto.

También debemos hacerle saber al pueblo ucraniano a través de nuestro apoyo y contribuciones que estamos con ellos y que haremos todo lo que podamos para asegurar que la guerra una vez más se vuelva una cosa del pasado.

Oramos para que pronto llegue el día en que puedan ascender del sótano del sufrimiento y continuar sus esfuerzos para construir una nación democrática, libre e independiente.

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