Cardenal Blase J. Cupich

“La alegría del amor” y la necesidad de una auténtica disciplina de la iglesia - Chicago Católico

miércoles, agosto 31, 2016

En mi último artículo sobre la exhortación apostólica del Papa Francisco “La alegría del amor”, referí a los lectores a los comentarios del profesor Rocco Buttiglione, en el documento publicado el mes pasado en el diario del Vaticano L’Osservatore Romano. Conocido por su experiencia en los escritos de San Juan Pablo II, este estimado erudito italiano señaló que algunas de las “clases ilustradas”, han expresado su preocupación por el llamado del Papa por un cuidado pastoral de las personas que esté marcada más por la misericordia que por la aplicación rigurosa de las reglas. Yo también he oído estas preocupaciones. Algunos han argumentado incluso que este enfoque dará lugar a una ruptura en la disciplina de la Iglesia y dará pie a que la gente se confunda pensando que cuando se trata de la propia vida de fe cualquier cosa entra.

Por supuesto, cualquier persona con una mente justa que lea toda la exhortación llegaría a la conclusión de que esta preocupación no tiene fundamento. El Papa Francisco quiere disciplina, pero el tipo correcto de disciplina. Él está pidiendo una disciplina que tiene como objetivo la formación de discípulos y no sólo cumplir las reglas. Es una disciplina que respeta la forma en que una persona madura en libertad. Y es una disciplina que se basa en la tradición católica, no un legalismo que simplemente considera “si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano”, como observa el Santo Padre. Esta es la razón por la cual la recuperación de una disciplina más fiel a nuestra tradición es especialmente urgente, hoy en día, cuando demos cuidado pastoral. Veamos este tipo de disciplina más de cerca, desde la perspectiva de cómo pretende formar discípulos y por lo tanto más fieles a la tradición cristiana.

Una disciplina para hacer discípulos, respetuosa de como madura la persona humana en libertad

Para el Papa Francisco, lo que es más importante en la formación humana es el crecimiento de una persona a través de una travesía de toda la vida que permite a las personas actuar de forma inteligente y tener la libertad interna para ejercer la prudencia, es decir, para actuar como adultos. El objetivo de la formación no es simplemente enseñar normas y llevar a cabo un sistema de ejecución de la regla, sino cultivar la libertad a través de ideas, incentivos, ejemplos, modelos y diálogo para que la gente sea llevada a hacer el bien por su propia cuenta. El consejo del Santo Padre a los padres cuando crían a sus hijos (capítulo 7; véase el recuadro) es útil en este sentido. Nosotros los adultos, escribe, debemos estar preocupados no solo con “dónde está el hijo físicamente, con quién está en este momento, sino dónde está en un sentido existencial, dónde está posicionado desde el punto de vista de sus convicciones, de sus objetivos, de sus deseos, de su proyecto de vida”. Dentro de esta formación el objetivo es entender dónde están realmente nuestros hijos en sus travesías de vida. O, como el Papa lo dijo, preguntarse: “¿Dónde está realmente su alma?” Nuestra preocupación por su maduración debe ser con algo más que su bienestar físico y material. Debe centrarse en el desarrollo de la prudencia, el buen juicio, el sentido común, la libertad de repensar sus propias ideas, para comprender que sus vidas y la vida de la comunidad están en sus manos.

Por supuesto, lo que el Papa escribe sobre la crianza de los niños aplica a todos nosotros en el proceso de maduración que llevamos a lo largo de nuestras vidas. También tiene muchas cosas que recomendar a pastores que deben repensar su ministerio pastoral, ahora que deben ayudar a las personas a enfrentar retos complejos.

El punto de partida del Papa Francisco es que tiene que haber una “gradualidad en la pastoral”, que comienza con un discernimiento de la propia situación a través de un diálogo respetuoso con el objetivo de ayudar a una persona a avanzar hacia una nueva libertad. Aquí el Santo Padre se basa en San Juan Pablo II, quien “proponía la denominada ‘ley de gradualidad’ con la conciencia de que el ser humano ‘conoce, ama y realiza el bien moral según diversas etapas de crecimiento’” Tenemos que ser realistas, como ha señalado San Juan Pablo II, sobre el hecho de que todo el mundo “avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios y de las exigencias de su amor definitivo y absoluto en toda la vida personal y social”. Esta es la disciplina con la cual todos los cristianos deben comprometerse cuando reflexionen sobre sus vidas. Pero tiene que haber una disciplina correspondiente para aquellos que ofrecen cuidado pastoral. Ellos también deben comprometerse con un enfoque disciplinado del ministerio, marcado por la paciencia cuando intenten comprender la situación de una persona, evitando siempre la tentación de prescribir de una forma impulsiva una solución de esas que les quedan a todos. El Papa Francisco insta a todos los ministros de la pastoral que alcancen un nivel de disciplina apostólica en su contacto con las personas, que cultiven la virtud de la paciencia al tiempo que evitamos el vicio de la pereza, cuando se opta por “recetas fáciles”.

Una disciplina más fiel a la tradición de la Iglesia.

El Santo Padre también deja claro que este enfoque hacia la disciplina está en consonancia con un enfoque que tiene profundas raíces en nuestra tradición. Desde sus primeros días, la Iglesia impone un castigo para empujar a los bautizados a reflexionar sobre su vida y arrepentirse. Sin embargo, el castigo e incluso la exclusión fueron utilizados como último recurso y por un período limitado de tiempo. El objetivo era ayudar al penitente a vivir una vida auténtica, una vida en la que todos son responsables ante la comunidad. Como muchos han señalado, existe una amplia evidencia en el Nuevo Testamento que la Iglesia ejerce una disciplina a la hora de participar en la Eucaristía. Pero, como señala el Papa, siempre era una disciplina terapéutica, que siempre proporciona un camino a seguir para los pecadores, porque la Iglesia es para todos nosotros, y todos somos pecadores. Del mismo modo, la Iglesia ha desarrollado un conjunto de criterios para determinar la responsabilidad de la persona para ciertas acciones que violan las leyes morales. Hay tres condiciones para determinar la culpabilidad personal al sopesar si alguien ha cometido un pecado mortal: 1) el acto debe ser un asunto grave, 2) debe haber pleno conocimiento del acto malo cometido con el consentimiento deliberado, y 3) el pecador debe haber actuado libremente.

Como Francisco nos recuerda, el Catecismo ofrece un buen resumen de esas “circunstancias que atenúan la responsabilidad moral, y menciona, con gran amplitud, ‘la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que disminuyen o incluso agotan la culpabilidad moral’”. Esto significa que una aplicación automática de una regla general a un caso particular no está soportada por la tradición de la Iglesia. El Santo Padre afirma esto cuando escribe: “Ruego encarecidamente que recordemos siempre algo que enseña santo Tomás de Aquino, y que aprendamos a incorporarlo en el discernimiento pastoral: ‘Aunque en los principios generales haya necesidad, cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay [...] En el ámbito de la acción, la verdad o la rectitud práctica no son lo mismo en todas las aplicaciones particulares, sino solamente en los principios generales; y en aquellos para los cuales la rectitud es idéntica en las propias acciones, esta no es igualmente conocida por todos [...] Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación. Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares”.

El Papa hace un llamamiento para una aproximación pastoral que esté marcada por el discernimiento disciplinado, la cual demanda cosas de cada creyente, pero también de aquellos implicados en el cuidado pastoral. Nos insta a todos a ser adultos, a asumir la responsabilidad de maduración en auténticos seres humanos. Pero también nos está diciendo a todos los pastores que caminemos con paciencia con aquellos a quienes servimos. Cuando hacemos esto, cuando respetamos cómo maduran los hombres y las mujeres en libertad, somos más fieles a nuestra tradición. La gran promesa en hacer esto, una promesa que motiva e inspira el Papa Francisco, es que posicionamos a la Iglesia, para que tome con frescura la misión de Cristo para prender fuego al mundo entero.

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