Cardenal Blase J. Cupich

Familias: el lugar privilegiado de la revelación de Dios

domingo, julio 31, 2016

Estos meses de verano nos proporcionarán a cada uno de nosotros, espero, un poco de tiempo libre para leer. Sé que muchos de los niños han elaborado una lista de libros para leer durante el verano, y que muchos incluso se acercarán a la lectura como una competencia con sus amigos. La lectura nos deja abiertos para entablar una conversación con otros. Nos libera de la tiranía de “lo que está sucediendo ahora”, que con demasiada frecuencia permitimos que invada nuestras vidas.

Un “libro” que vale la pena leer es la reciente exhortación apostólica del papa Francisco, “La alegría del amor”, que escribió después de los sínodos sobre la familia de 2014 y 2015. En el texto mismo, el papa Francisco nos invita a leer la exhortación pacientemente para que podamos absorber gradualmente sus muchos conocimientos. En los siguientes ejemplares de Católico voy a ofrecer algunas reflexiones sobre este importante trabajo, como una forma de alentar a todos a tomarse un tiempo para leerlo y reflexionar sobre los bellos pensamientos del Papa respecto a la vida de la familia cristiana, que era su intención.

Desde el principio, el Papa señala que el interés de la Iglesia en la vida conyugal y familiar va más allá de hacer frente a los desafíos que enfrentamos en la vida contemporánea. Definitivamente, como lo señalaron muchos obispos durante el sínodo, el matrimonio y la vida familiar se enfrentan a desafíos únicos y difíciles en nuestros días. Sin embargo, Francisco llama nuestra atención sobre una verdad importante que se encuentra en las escrituras: la familia, la vida matrimonial es el lugar único y privilegiado en el que Dios se revela a sí mismo constantemente y se encuentra con la humanidad.

De hecho, como observa el Papa, toda la Biblia está enmarcada por esta verdad, “desde su primera página, con la aparición de la familia de Adán y Eva... hasta su última página, donde contemplamos las bodas de la Novia y el Cordero (Ap 21, 2, 9)”. Jesús mismo atestigua esta verdad a través de los Evangelios, después de haber “nacido en una familia modesta que pronto debe huir a una tierra extranjera. Él entra en la casa de Pedro donde su suegra está enferma (Mc 1,30-31), se deja involucrar en el drama de la muerte en la casa de Jairo o en el hogar de Lázaro (cf. Mc5,22-24.35-43); escucha el grito desesperado de la viuda de Naín ante su hijo muerto (cf. Lc 7,11-15), atiende el clamor del padre del epiléptico en un pequeño pueblo del campo (cf. Mt 9,9- 13; Lc 19,1-10. Encuentra a publicanos como Mateo o Zaqueo en sus propias casas, y también a pecadoras, como la mujer que irrumpe en la casa del fariseo (cf. Lc 7,36-50). Conoce las ansias y las tensiones de las familias incorporándolas en sus parábolas: desde los hijos que dejan sus casas para intentar alguna aventura (cf. Lc15,11-32) hasta los hijos difíciles con comportamientos inexplicables (cf. Mt 21,28-31) o víctimas de la violencia (cf. Mc 12,1-9). Y se interesa incluso por las bodas que corren el riesgo de resultar bochornosas por la ausencia de vino (cf. Jn 2,1- 10) o por falta de asistencia de los invitados (cf. Mt 22,1-10), así como conoce la pesadilla por la pérdida de una moneda en una familia pobre (cf. Lc15,8-10)”.

Esta simple verdad de que Dios ha elegido a las familias como el lugar privilegiado para revelarse a sí mismo y encontrarnos tiene enormes implicaciones tanto para las familias como para el modo en que la Iglesia se relaciona con las familias y las parejas casadas.

En primer lugar debe alentar a las familias y las parejas casadas a valorar toda la amplitud de sus experiencias, las alegrías, las penas, las preocupaciones y las sorpresas, las bendiciones y sufrimientos, como oportunidades para experimentar a Dios trabajando en el mundo. Esta es la razón por la que el Papa insiste que para la Iglesia “las familias no son un problema; son, ante todo, una oportunidad”. Él nos insta a ver que es precisamente en las circunstancias limitadas y las relaciones limitadas de nuestras vidas donde Dios llama y nos honra. Creer esto puede requerir un poco de trabajo, pero sólo tenemos que volver a algunos de los textos citados arriba por el Papa para apreciar todo el peso de esa verdad. Alguien dijo una vez que “detrás de cada familia siempre hay un lío, un desorden”. Cuán cierto es eso, pero el Papa parece añadir a dicha concepción que en medio de ese caos Dios está revelando su obra y poder salvadores y que esa es la razón por la que debemos valorar nuestras familias y matrimonios.

Del mismo modo, esta verdad acerca del lugar privilegiado de las familias para la auto-revelación de Dios debe dar forma al ministerio y las enseñanzas de la Iglesia sobre el matrimonio y la vida familiar. Del mismo modo que “la Palabra de Dios no se muestra como una secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje también para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor”, así también la Iglesia debe valorar y aprender de las experiencias de las familias y las parejas casadas porque Dios está obrando y revelándose en esas relaciones.

Todo esto es para continuar con la insistencia del Papa Francisco de que los pastores necesitan ministrar de una manera que apunte siempre a acompañar a las personas, como un pastor a su rebaño.

¿Qué significa acompañar al rebaño? Al hablar a la dirigencia del Consejo Episcopal Latinoamericano, el 28 de julio de 2013, el papa Francisco dijo que el sitio de un pastor con su pueblo es triple “o adelante para indicar el camino, o en medio para mantenerlo unido y neutralizar los desbandes, o detrás para evitar que alguno se quede rezagado, pero también, y fundamentalmente, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos”.

El punto es claro. Cada vez que los líderes de la iglesia son incapaces de caminar con las familias y las parejas casadas, siempre que son incapaces de ser una fuente de consuelo y compasión en los triunfos y tragedias, en las angustias y heroicidades cotidianas de su pueblo, no sólo son negligentes en cuanto a su deber, sino que también se arriesgan a pasar por alto parte de la revelación y de la actividad de Dios en el mundo. Del mismo modo, cuando no atesoran y valoran las experiencias de las familias y las parejas casadas, la Iglesia está negándose el beneficio de su capacidad adquirida de “encontrar nuevos caminos”.

El próximo fin de semana vamos a escuchar un mensaje similar de la segunda carta de San Pablo a Timoteo: “La palabra de Dios no está encadenada”, ni por nuestros fallos, ni por nuestras fortalezas.

Hay muchas más perlas de verdad en esta exhortación, algunas de las cuales trataré en escritos siguientes. Mientras tanto, los animo a leer esta maravilla por ustedes mismos. Lo pueden leer en: w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html

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