Cardenal Blase J. Cupich

Homilía del arzobispo Blase J. Cupich en la ordenación sacerdotal en la Catedral del Santo Nombre, el 21 de mayo de 2016

martes, mayo 31, 2016

Bienvenidos sean todos ustedes. Un saludo especial de mi parte a los padres, las familias y los amigos de los ordenandos, de quienes algunos han viajado largas distancias para estar aquí. Tenemos la bendición de que todos y cada uno de ustedes estén aquí hoy.

Como escucharon, el padre Kartje pronunció los nombres, Dominic, Mateo, Miguel, Miguel y Pawel, los nombres de sus hijos, de sus hermanos y amigos, lo que provocó que dijéramos “Gracias a Dios” y que luego aplaudiéramos efusivos; sin duda, sus propios corazones se elevaron de alegría y gratitud, porque no sólo conocen sus nombres, sino lo que significan para ustedes. Gracias por su apoyo y el amor que les tienen. Ustedes han sido parte de su formación la cual los ha traído a este día. De hecho, son ustedes, sus padres, familia, amigos de toda la vida quienes fueron los primeros formadores de sus vocaciones. Dirigiéndose a los sacerdotes el pasado noviembre, el Papa Francisco les instó a reconocer esta verdad y abrazar su historia personal. “El sacerdote”, dijo, “es un hombre que ha nacido en un determinado contexto humano: ahí aprende los valores primarios, absorbe la espiritualidad de la gente, se acostumbra a las relaciones. Los sacerdotes también tienen una historia, no son «setas», que aparecen de repente en la catedral en el día de su ordenación... “Un buen sacerdote”, continúa el Papa “... es ante todo un hombre con su propia humanidad, que conoce su propia historia, con sus riquezas y sus heridas, y que ha aprendido a hacer las paces con esto”.

Hermanos míos, han elegido lecturas que definen su ministerio de diferentes maneras, y quiero hablar de tres de ellas:

En primer lugar, Jesús los llama “cosechadores”, lo que implica que la alegría que experimentarán como sacerdotes es similar a la alegría que se tiene al momento de la cosecha. Después de haber vivido y trabajado en estados rurales, conozco bien la alegría de la cosecha. Los ricos y dorados campos de trigo de la fértil región de Yakima, en el este de Washington vienen a mi mente. Allí, el super abundante y floreciente rendimiento por bushel es en general uno de los más altos del mundo. Es emocionante ver las cosechadoras trabajando alrededor de las laderas, dando la impresión de que le están dando un corte de pelo a la tierra.

Sin embargo, la Palabra de Dios nos deja en claro que los campos que ustedes cosecharán no están marcados por un crecimiento sano, próspero y vigoroso, sino por la enfermedad y la penuria. Se les ha enviado no donde la vida es próspera y floreciente, sino con los humildes, los abatidos, los cautivos, los que lloran alguna pérdida, los atribulados, los angustiados y los abandonados. Se les ha enviado a donde a veces hay muy poca alegría y placer. Es por eso que ustedes tienen que llevarlos. San Juan de la Cruz escribió una vez: “Si vas a un lugar donde no hay amor, pon amor y entonces lo tendrán”. Su alegría y su emoción estarán en ver la nueva vida y la sanación, en la transformación que se llevará a cabo a medida que conforten a las personas, liberen a los cautivos, compartan las buenas nuevas y curen con óleo de alegría. Recuerden esto pues sus manos están ungidas con el crisma. Es el aceite de la alegría, la promesa de que el ungido, Cristo, estará con ustedes cuando entren en el campo de la cosecha. Y saber que él es quien les ha enviado será su alegría, la alegría que ofrecerán a los demás.

El poder y el don de la lengua es una segunda característica de su ministerio que se encuentra en las lecturas de hoy. Ustedes están para proclamar, anunciar, ofrecer buenas nuevas. El otoño pasado al hablar a los obispos de Estados Unidos, el Papa Francisco nos instó como pastores a considerar seriamente cómo usamos el lenguaje. Si nos tomamos en serio la promoción de una cultura de encuentro, “el diálogo debe ser nuestro método”, dijo.

“La vía es el diálogo”, nos dijo Francisco, y agregó, “... sencillamente no me cansaré de animarlos a dialogar sin miedo”. El diálogo tiene como objetivo entender; se piensa primero en los demás, y se da uno cuenta “que el hermano o hermana al que deseamos llegar y rescatar, con la fuerza y la cercanía del amor, cuenta más que las posiciones que consideramos lejanas de nuestras certezas, aunque sean auténticas”. Lo contrario es cierto, dice. “El lenguaje duro y belicoso de la división no es propio del Pastor, no tiene derecho de ciudadanía en su corazón y, aunque parezca por un momento asegurar una hegemonía aparente, sólo el atractivo duradero de la bondad y del amor es realmente convincente”. Y, si deseamos que la cultura de encuentro y diálogo viva y florezca en el ministerio que ofrecemos al pueblo de Dios, entonces esa cultura tiene que estar completamente viva en primer lugar en nuestras relaciones con los demás, como un único presbiterio en la arquidiócesis que comparte el mismo espíritu y trabaja en conjunto, siempre atesorando la paz entre nosotros. Recuerden esto ahora que sus hermanos sacerdotes se unan a mí para imponer sus manos con el don del Espíritu sobre su cabeza. Siempre tengan en cuenta que en el día de la ordenación, cuando sus hermanos los abrazaron y les dieron la bienvenida a este presbiterio, la primera palabra que se les dio fue paz. Y ahora que ustedes, los fieles de esta arquidiócesis, atestiguan esos signos de Espíritu compartido y el don de la paz, dejemos que estas acciones les recuerden que “la Iglesia de Jesús no está garantizada por “el fuego del cielo que consume” (Lc 9,54 ), sino por la secreto calor del Espíritu, que ‘sana lo que sangra, dobla lo que es rígido, endereza lo que está torcido’” (Papa Francisco, Discurso a los Obispos de Estados Unidos, 23 de septiembre de 2015).

Por último, el ministerio se trata de orar y atraer a otros trabajadores a que ayuden en esta abundante cosecha. Lo que va a ser atractivo para otros no es el trabajo que hacen, sino la alegría que aportan, la confianza que muestran que Cristo está trabajando en todo lo que hacen por la forma respetuosa y humilde en la que sirven a la gente y comparten la vida y el ministerio con su hermanos sacerdotes. Hay un profundo río de bondad en nuestros jóvenes. Lo he visto en su preocupación por los pobres, su generosa entrega a proyectos de voluntarios, la disposición a sacrificarse por los demás. Igualmente, tienen en sus corazones un deseo de solidaridad en el trabajo con otros para un propósito común. Necesitamos orar esta misma mañana y pedir que el Señor agite en sus corazones un espíritu generoso y el anhelo de ser compañeros en este campo, pero también tenemos que ayudar a que el Señor les atraiga a través de la manera en que ustedes sirven juntos, con alegría y amistad. Sí, el día de hoy ofrezcamos una oración de esperanza al Dueño de la cosecha para que los jóvenes aquí presentes sean atraídos por el bien que ven en ustedes; una oración para que estén abiertos al llamado de Cristo a unirse a nosotros en la labor de la cosecha.

Estas son algunas de las cosas que la Palabra de Dios ofrece hoy en que la Iglesia les ordena sacerdotes, en el que ustedes entran en este presbiterio. Ustedes son cosechadores ungidos para llevar la alegría a la cosecha, ungidos para dar en el discurso y en la acción las buenas nuevas y comisionados para orar y trabajar juntos de una manera que ayude a que el Señor envíe aún más trabajadores al campo. En el primer día del ministerio público de Jesús, él citó el pasaje que hemos escuchado hoy de Isaías el profeta. Al igual que lo fue para él, oramos porque en este primer día de su ministerio, todo esto se cumpla en nuestra audiencia.

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