Cardenal Blase J. Cupich

La alegría del amor

sábado, abril 30, 2016

El viernes 8 de abril, el Papa Francisco publicó Amoris Laetitia, La alegría del amor, a raíz de los últimos dos sínodos de obispos sobre el matrimonio y la vida familiar. Doy la bienvenida a este documento, luego de haber asistido al Sínodo de 2015, en el que se trataron los temas que discute aquí el papa. El título proviene de la primera frase: “La alegría del amor que experimentan las familias es también la alegría de la Iglesia”. El mensaje es claro, la vida familiar es un don, y cuanto más la atesoremos y apoyemos, más auténticos seremos con nosotros mismos como creyentes.

El Santo Padre afirma algunas cosas que podrían sorprenderlos —sus elogios al movimiento de mujeres y su afirmación de que podemos aprender de los sacerdotes casados del rito oriental. Su lenguaje en ocasiones es colorido y de una gran fuerza expresiva —nos advierte que no “sólo apliquemos leyes morales a quienes viven en situaciones ‘irregulares’, como si fueran rocas que se lanzan a la vida de las personas”.

Aparte de esto, mi primera impresión es que este texto, que resulta fácil de leer, revela a un verdadero pastor, alguien que ha perfeccionado una sensibilidad pastoral como sacerdote desde hace más de medio siglo. Su estilo de escritura es fresco y estimulante, haciendo que el texto sea de fácil acceso. El Papa mantiene la atención del lector a través de la utilización de referencias imaginativas que van desde la película danesa El festín de Babette hasta un sermón de Martin Luther King, que nos impulsa a ver lo bueno en todas las personas, incluso los que nos odian. Al mismo tiempo, demuestra su cercanía a la vida real de las personas, ser alguien que conoce el olor de las ovejas, cuando atiende el amplio espectro de la complejidad que define a las familias en nuestro tiempo. Prácticamente ningún desafío es ignorado: preparación para el matrimonio, la formación adecuada de los futuros sacerdotes, la adopción, la oración familiar, los derechos de los niños, la educación sexual, la dignidad de la mujer, en fin, abarca todo.

De hecho, es su franqueza y honestidad lo que me parece muy atractivo. Por ejemplo, afirma que una “buena dosis de autocrítica” es necesaria para nosotros, los pastores, en cuanto a la forma en que tratamos a las personas y la forma en que presentamos las enseñanzas de la Iglesia. Con demasiada frecuencia, dice, hablamos de una manera que es “demasiado abstracta”, presentando “un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales”.

La primera es discernimiento y la otra es integración.

Al describir el matrimonio como un viaje, “como un camino dinámico de desarrollo y realización”, el Papa Francisco habla de la importancia del discernimiento en “situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone”. Con profundo respeto por las personas, la Iglesia tiene que “dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas”. Hemos sido llamados, recuerda a los pastores “a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas.” No hay “recetas sencillas”, y nos dice que no debe esperarse “una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos”. Más bien, insta a “un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares” por parte de los sacerdotes, quienes tienen el deber de “acompañar (a los divorciados y vueltos a casar) en el camino del discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del obispo”. “En cualquier caso, “ya no es posible decir”, de acuerdo al Papa Francisco, “que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada “irregular” viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante”. “Los pastores, que proponen a los fieles el ideal pleno del Evangelio y la doctrina de la Iglesia, deben ayudarles también a asumir la lógica de la compasión con los frágiles y a evitar persecuciones o juicios demasiado duros o impacientes”. El Evangelio mismo nos dice no juzgar o condenar (cf. Mt 7, 1; Lc 6,37). Por el contrario, el discernimiento también tiene que ser acerca de la identificación y la defensa de los muchos elementos positivos que forman parte de la vida de una persona, incluso si están cayendo lejos del ideal. Es en las dificultades, en lo imperfecto, en los entresijos de la vida donde Dios nos llama y nos otorga su gracia. Como pastores debemos encontrar ahí a las personas, pues “Jesús 'espera que paremos de buscar nichos personales o comunales que nos abriguen del torbellino de la desgracia humana, y que en su lugar entremos en la realidad de las vidas de las personas y conozcamos el poder de la dulzura. Cada vez que lo hacemos, nuestra vida se complica de una manera maravillosa'”.

Y, sin embargo, mientras los pastores acompañan a las personas que se quedan lejos del ideal a causa de sus vidas, el objetivo tiene que ser su integración en la vida de la Iglesia. “¡Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio!”, insiste el Papa. El objetivo de las personas que acompañan es ayudar a cada persona a encontrar “su propia manera de participar en la comunidad eclesial y por lo tanto vivir la experiencia de haber sido tocado por una piedad ‘inmerecida, incondicional y gratuita’.” Él no está hablando aquí solamente de “los divorciados en nueva unión, sino de todos, en cualquier situación en que se encuentren”.

En este documento no hay cambios en la doctrina, y de hecho el Papa insta a la Iglesia a no dejar de proponer el ideal completo del matrimonio. Al mismo tiempo deja en claro que las doctrinas están al servicio de la misión pastoral. También es consciente que este llamado a practicar una pastoral más compasiva de acompañamiento, discernimiento e integración, caracterizada por la ternura, dejará perplejos a más de uno.

“Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna”, señala. “Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, “no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino”.

¿Qué significará esto para la Arquidiócesis de Chicago? Siguiendo el consejo del Papa, tomaremos nuestro tiempo y estudiaremos este texto más a fondo. Sin embargo, preveo que después de hablar con mis asesores laicos y ordenados y con los diversos consejos, buscaremos maneras de desafiar a todos los programas existentes en nuestras parroquias y agencias arquidiocesanas a que integren los muchos e importantes desarrollos de la práctica pastoral descritos en este documento de referencia. El Papa Francisco ha demostrado ser el “Papa de las sorpresas”, por lo que debemos estar abiertos a la manera en que La alegría del amor nos sorprenderá de una manera maravillosa.

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