Cardenal Blase J. Cupich

'Renueva mi Iglesia' - Soñar en grande acerca de la Arquidiócesis de Chicago - Arzobispo Blase Cupich - Católico

domingo, enero 31, 2016

Los estadounidenses somos conocidos como un pueblo que sueña, y sueña en grande. Como país de inmigrantes, soñar está en nuestro ADN nacional. El sueño de tener una vida mejor dio a los inmigrantes el valor de dejar a sus familias y sus hogares ancestrales, y comenzar de nuevo. Sus sueños los sostuvieron mientras llevaban sobre sus espaldas cargas inimaginables; los inspiraron a tomar riesgos, y les dieron la audacia para hacer cosas nunca antes hechas.

Y al igual que soñar en grande nos ha distinguido como estadounidenses, también ha marcado a la Iglesia católica en este país, sobre todo a la de esta arquidiócesis. Los inmigrantes católicos llegaron a esta tierra no sólo con sus sueños, sino también con su profunda fe, que les infundió la energía para construir iglesias, escuelas y hospitales. Formaron y sostuvieron comunidades vibrantes, enriquecidas por las culturas de sus lugares de origen. Al responder al Gran Incendio de Chicago de 1871, los católicos se inspiraron en la capacidad de resistencia y recuperación que adquirieron como inmigrantes para llevar a cabo la reconstrucción. Como el mítico ave fénix, que hoy adorna el escudo de la Arquidiócesis de Chicago, estos cordiales soñadores se levantaron de las cenizas, haciendo a la Iglesia aún más vibrante y viva.

Siendo el primer papa americano e hijo de inmigrantes, el Papa Francisco está llamando a toda la Iglesia a soñar, y soñar en grande. En La alegría del Evangelio escribió: “Sueño con una ‘opción misionera’ capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación”.

Durante mucho tiempo he compartido este sueño. Era un sueño que comenzó a agitarse en mi interior cuando entré en el seminario justo después de la clausura del Concilio Vaticano II. Durante mis más de cuarenta años como sacerdote me he ido convenciendo cada vez más del gran potencial que tienen nuestras parroquias, cuando vibran y viven con el Evangelio, para transformar vidas y hacer una contribución singular al mundo. Esa convicción sólo ha aumentado desde que me convertí en arzobispo de Chicago, pues soy testigo cada día de la vitalidad de nuestras parroquias que enriquece la vida de tantas personas.

Es cierto, el cumplimiento de este sueño es un mosaico de éxito y fracaso. Cada parroquia tiene sus fortalezas y debilidades en el cumplimiento de la misión de Cristo. Si bien medir la vitalidad de una parroquia es algo complejo, si me piden que describa la parroquia de mis sueños, sería una parroquia que adopta y persigue las siguientes siete prioridades.

1. Traemos a las personas a Cristo: La parroquia se esfuerza por evangelizar a sus miembros para que vivan de una manera más plena como discípulos intencionales. A su vez, los discípulos intencionales de la parroquia evangelizan continuamente a otros para dar a conocer la presencia de la Iglesia y de la misericordia de Cristo ahí, entre ellos, en el barrio.

2. Nos apoyamos mutuamente para conocer a Cristo de una manera más profunda: La parroquia permite un proceso permanente de formación para profundizar en la fe y en la relación con Cristo mediante la transmisión tanto de las doctrinas de la Iglesia como de la Tradición a los feligreses de todas las edades.

3. Encontramos a Cristo y recibimos su alimento a través de la oración y la adoración: La parroquia presenta una intención para desarrollar una cultura y una tradición de la oración, la devoción y la liturgia bien preparada, con la Eucaristía como la “fuente y cumbre”.

4. Construimos lazos entre nosotros para sostener nuestra vida en Cristo: La parroquia representa una verdadera comunidad católica que es consciente de su solidaridad en Cristo con toda la Iglesia de Chicago y con la Iglesia Universal. Es inclusiva y armoniosa, respetando y apreciando la diversidad en todas sus formas como un valor en el culto y en la vida comunitaria.

5. Transformamos las vidas de otros a través del servicio como discípulos misioneros de Cristo: La parroquia prepara y envía feligreses al mundo como discípulos misioneros, para transformar la sociedad con la alegría y la verdad del Evangelio. La parroquia es un faro de fe y un defensor de la justicia y la paz, auxiliando, inspirada en el amor, a todos los necesitados, a los que están en el margen de la sociedad, o que viven en el miedo y la soledad.

6. Respondemos al llamado a la santidad, caminando juntos con Cristo: La parroquia acompaña a los bautizados en ese viaje de vida para convertir a Cristo en el centro de sus vidas, para resistir al pecado, ser misericordiosos, estar continuamente atentos a la construcción de una espiritualidad madura, adulta, bien integrada y comprometida con la caridad, la paz, la oración y la virtud.

7. Asumimos la responsabilidad de administrar y dirigir la parroquia como buenos administradores de los dones que Cristo nos ha confiado: La parroquia crece y se desarrolla bajo el liderazgo visionario del párroco, que trabaja en colaboración con sus vicarios, con el personal y los laicos para que la misión de la parroquia pueda florecer plenamente, como resultado de una correcta administración. La parroquia fomenta una cultura de corresponsabilidad y una espiritualidad de la gratitud que inspira a los feligreses a compartir generosamente los dones que Cristo les ha confiado en apoyo de la misión de la Iglesia a través de la parroquia, la Arquidiócesis y en el mundo.

Este es el sueño que tengo para todas nuestras parroquias, y esa es la razón por la cual estoy invitando a todos en la Arquidiócesis de Chicago para que se unan a mí en un proceso de planificación de varios años para hacerlo una realidad. Así como nuestros antepasados respondieron en la fe a sus sueños y construyeron la Iglesia que tenemos hoy, es nuestro turno de soñar en grande y de asumir este trabajo. Se necesitará de una fe constante –una fe imaginativa, que nos fortalezca en el entendimiento de que es Cristo quien nos guía. Esta fe nos mantendrá juntos. Nos inspirará para tomar las decisiones audaces que darán forma a la Iglesia para las generaciones venideras.

Estamos comenzando esta obra en un momento en que la Iglesia es agraciada por el liderazgo del Papa Francisco, quien ha sido muy franco en compartir sus esperanzas y sueños con nosotros. Su tocayo, Francisco de Asís, hizo lo mismo en su tiempo. En una época de retos que resultaban amenazadores, dentro y fuera de la Iglesia, recibió un sueño acerca de lo que podría ser la Iglesia y respondió a la insistencia de Cristo para renovarla. Quizá conozcan la historia. Visitando la Iglesia en ruinas de San Damián, Francisco escuchó a Cristo hablar con él y urgirlo: “Ve y reconstruye mi Iglesia”. Con el tiempo, Francisco llegó a comprender que Cristo le estaba llamando a renovar la Iglesia, no sólo a reconstruir una estructura. Esa es la tarea que tenemos ante nosotros y la razón por la cual este importante proceso lleva el siguiente nombre: “Renueva mi iglesia”.

La Cruz de San Damián tiene mucho que ofrecer para ayudarnos a mantener nuestro enfoque a medida que avancemos con esta iniciativa. Retrata a Cristo muriendo en la cruz, y sin embargo, aún vivo llamando a Francisco. Al mismo tiempo, los ojos de un Cristo moribundo están enfocados arriba, en la escena de la resurrección, y se encuentra rodeado por comunidades de discípulos.

El mensaje de esa escena es claro: La muerte y resurrección de Cristo continúa ocurriendo en todas las épocas, en la muerte y resurrección de la Iglesia. La misión de anunciar a Cristo, quien murió y resucitó para salvar al mundo, requerirá de una Iglesia siempre vibrante y cada vez más vital gracias a los sacrificios de cada generación. También requerirá de una Iglesia cuya comunidad esté unida para tomar este trabajo. De hecho, todos tenemos un interés en esta reconstrucción.

Durante las próximas semanas y meses, usted va a escuchar más sobre este esfuerzo a medida que involucremos a diversos grupos en una serie de consultas, algunas de las cuales ya han comenzado con nuestro clero. Como escribí en una carta a todas las parroquias en octubre pasado, la Arquidiócesis ha cambiado de manera significativa en las últimas décadas. Las poblaciones han cambiado dramáticamente. Algunos de nuestros edificios parroquiales se encuentran en mal estado. Tenemos menos sacerdotes para pastorear nuestras comunidades de fe. El resultado es que terminamos repartiendo demasiado nuestros recursos hasta el punto de dispersarlos. No debemos tener miedo de enfrentar estas realidades, sino más bien ver este momento como una oportunidad de gracia para trazar nuevas formas de vivir nuestra misión de manera más completa.

Abordar esta situación requerirá una buena cantidad de oración y de humildad, de trabajo duro, toma de decisiones difíciles y de nuevos sacrificios. Yo sería muy poco honesto si no reconociera que para cuando hayamos completado este proceso de consulta, estaremos llorando juntos la pérdida de algunas parroquias. Pero esa no va a ser la última palabra. Al tener la osadía de dejar atrás formas familiares de hacer las cosas, podemos aprovechar esta temporada como un tiempo que no es simplemente de pérdida, sino más bien de renovación. Este es el sueño para el que Dios nos está llamando, y que nos sostendrá y nos unirá.

Comenzamos este proceso durante el Jubileo de la Misericordia, que el Papa Francisco ha definido como un tiempo para que la Iglesia universal se eleve, se renueve y se reinvente a sí misma. Imaginen, habiendo apenas entrado en su octava década, insta a los católicos a ser jóvenes otra vez en nuestros sueños sobre el futuro de nuestra Iglesia. Este es el camino de las personas en movimiento, de los inmigrantes que persiguen sus sueños, inspirados por su fe. Este es el camino que el primer papa inmigrante y primer papa americano está trazando a cabo para la Iglesia en nuestro tiempo. Que su ejemplo y su esperanza de lo que deben ser nuestras parroquias nos inspire ahora que damos inicio a esta obra:

“Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están”, escribió Francisco en La alegría del Evangelio. “La mera administración” ya no puede ser suficiente. En todo el mundo, estemos “permanentemente en un estado de misión”.

Y bien, eso es lo que significa soñar en grande.

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