Era el invierno de 2009, faltaban dos semanas para Navidad. Gretchen Moore manejaba su auto por la esquina de Milwaukee y Belmont, rumbo al dentista cuando vio parados en el frío a un grupo de inmigrantes hispanos. “Muchos con triple sudadera” dice, “sin zapatos apropiados, sin bufanda”. Al regreso paró donde estaban estos hombres. Les preguntó qué hacían allí. La primera reacción fue la desconfianza, le preguntaron si era policía. Ella dijo que no, que vivía en la frontera entre Humboldt Park y Logan Square. Alguien con un poco de inglés dijo que tal vez ella era una trabajadora social, a lo que respondió que no. Les preguntó qué estaban haciendo allí y le respondieron que eran jornaleros. “Yo dije ‘pero ya casi es Navidad’ nadie hace estos trabajos en estos días” dice Moore. “Y otro trabajador dijo ‘pero tenemos hambre’. A mí nunca me había dicho un hombre adulto, ‘tengo hambre’”. Moore quería saber más de ellos. Los llevó a tomar un café al Dunkin’ Donuts. Cinco fueron con ella. “Había dos hombres de Ecuador sentados frente a mí” dice, “tenían 20 años, con apenas dos semanas de haber llegado.” Moore pensó en lo duro que debía ser llegar de un lugar tropical a Chicago en diciembre. “Y ellos dijeron ‘’éramos siete cuando salimos, los demás murieron’. Yo hacía un esfuerzo por no llorar” recuerda Moore. De inmediato procedió a colectar chaquetas de invierno, a llamar a sus hijos y sobrinos para pedirles que vaciaran sus closets de prendas usadas para entregarlas a estos hombres. Así comienza la tarea de Moore en favor de jornaleros inmigrantes. Oriunda de Rockford, Ill., Moore es jubilada, fue fundadora y directora de una cámara de comercio en Logan Square por casi dieciséis años. Preguntó a los jornaleros si alguien iba a esa esquina a ayudarlos y respondieron que no, “no habían visto un sacerdote católico, o un abogado, nadie.” Hoy, Moore tiene una pequeña oficina en la Iglesia Resurrección, en 3043 N. Francisco Ave., donde conversamos con ella. Gretchen Moore sabe que los inmigrantes que llegan a este país escapando del hambre y la violencia están solos y no tienen gente en quien confiar. Poco después del primer contacto, tocaron a su puerta. Era un trabajador que tenía un gran problema: él y un compañero habían trabajado en un restaurant por seis semanas en el centro de la ciudad. “Los dos con esposas embarazadas” dice Moore. “Y me dijeron, ‘no nos han pagado.’” Ella les dijo que no estaba segura de poder ayudarlos, pues no es abogada. Ellos ya habían ido con un abogado, pero éste había dicho que el caso no era lo suficientemente grande para tomarlo, pues se trataba de 1,100 dólares. Moore llamó a un yerno que trabaja en Hacienda (IRS) en Dallas. Él le sugirió hacer una carta amenazando al dueño con llamar a ciertos departamentos del IRS. “Si no responde en tres semanas” le dijo, “el IRS vendrá a ver sus libros por los últimos siete años. Y veamos qué pasa.” Envió la carta. “El hombre me llamó y me gritaba, ‘¿Tú quién eres?’. Le dije ‘soy una mujer católica que cree en la justicia social y mi familia son abogados”. Después de una discusión en que el hombre no paró de maldecir le dijo que si ella firmaba un documento comprometiéndose a no llamar al IRS, él llevaría el dinero de los dos hombres. “Así que vino con tres sobres” recuerda Moore. “Uno era un soborno para mí, que por supuesto no iba a tomar, y los otros dos tenían cien dólares extra para cada trabajador. Yo supe que este hombre estaba nervioso, que había algo que no quería que la gente supiera.” Con el éxito de este caso, los dos hombres les dijeron a otros trabajadores en Humboldt Park y en Logan Square, “cuando un abogado no quiera tomar tu caso, está esta señora” dice entre risas “ella te ayudará. Y el timbre de mi casa siguió sonando.” En esta labor ha sido muy importante el apoyo de la iglesia Resurrección. La relación surgió en 2010, cuando Moore trajo a tres hombres a la despensa de la iglesia. “Era enero” dice Moore, “y no hay mucho trabajo ese mes”. Ella les sugirió que se registraran con el párroco, porque si se enfermaban el sacerdote podría ayudarlos, tal vez con cuidado en el hospital, o notificando a sus familias. Les dijo que podría ser bueno tener un sacerdote que los conociera. “Se registraron, y el padre Paul Kalchik me dijo ‘¿quién es usted?’” dice Moore “Le dije lo que estaba haciendo y me dijo que le gustaría que fuera a hablar con él”. El padre nunca había ido a las esquinas de los jornaleros, así que la acompañó y quedó impresionado. El padre le ofreció tener una oficina en la iglesia. “Le dije que sería maravilloso, porque me haría más substancial y sería más creíble si tuviera a la iglesia detrás” dice Moore. A instancias del padre, ella se registró como grupo sin fines de lucro, llamando a su proyecto Progreso Latino (Northside Latin Progress). Así que la labor de Moore se ha dividido entre ayudar a los jornaleros con necesidades básicas (ropa, comida, a veces el pago de la renta) y labores de defensa ante robo de salarios. A menudo ha tenido que hablar con patrones abusivos que no quieren pagar salarios atrasados a inmigrantes que deben renta o están por ser padres, o simplemente no tienen comida en su despensa. Esto es a veces peligroso y a veces ha tenido que hacerse acompañar de un par de hombres fornidos para ir a reclamar salarios. “Hace un par de semanas un joven de México con licenciatura en ingeniería vino a verme” platica. “Había comprado un carro, había hecho sus pagos y no le habían dado el título. Me pregunté si ese negociante estaría negociando con autos robados. Llamé a un abogado y eso fue lo que descubrimos. Así que a veces encuentro cosas muy inusuales, y no se imaginan que alguien va a descubrirlos.” Moore entiende las dificultades de los recién llegados en este país, pues su esposo llegó como emigrante después de la Segunda Guerra Mundial, sin hablar el idioma. Ella sigue visitando a los jornaleros por las mañanas. Le hablan con confianza, “no tengo dinero, necesito un abrigo, una chamarra”. “A veces los llevo a lugares” explica Moore. “Alguien no se siente bien, se cayó de una escalera, hay que llevarlo a la sala de emergencia, quedarse a hablar con el doctor, o necesita comprar comida, estoy ocupada todo el tiempo.” Gretchen invita a los lectores de Católico a que empleen a estos trabajadores cuando necesiten tareas –desde mudarse de casa hasta albañilería– los puntos donde se juntan en el norte de la ciudad son: Home Depot en Armitage y Cicero; Belmont y Milwaukee (en la estación Shell); Kimball y Addison (entre el Home Depot y el CVS); Pulaski y Lawrence; Pulaski y Argyle (en el shopping mall).