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Cuatro décadas en el diaconado, y contando - Chicago Católico

Por Redacción Chicago Católico
miércoles, agosto 31, 2016

Cuando el diácono Bienvenido Nieves comparte sus anécdotas, uno se deja llevar por un viaje de la memoria rico en experiencias y aprendizaje. En su casa, sentado a la mesa junto a su esposa María y su hija Nilsa, el diácono cuenta emocionado su trayecto desde que era un niño en el pueblo de Patillas, en la costa sur de Puerto Rico, cuando heredó la fe de sus padres.

“Yo siempre he tenido amor por la iglesia” dice, “mis padres son católicos. Éramos del campo, pero en los campos se vive una fe con seriedad.” En su adorado Patillas fue bautizado, confirmado e hizo su primera comunión. “Vecinos mayores nos daban catecismo para conocer un poquito nuestra fe” dice.

A los 16 años llegó al Bronx, en Nueva York, y el primer año lo pasó “explorando el territorio” como él dice, “con los muchachos de las calles y todas esas cosas”.

Sus hermanas lo llevaban los domingos a la parroquia de San Anselmo en el barrio neoyorquino. Allí, Nieves encontró un grupo de jóvenes de La Legión de María con los que muy pronto hizo amistad. “Todavía los traigo aquí en mi corazón” dice. “Con esa juventud hermosa nació mi amor por la iglesia.”

“Ese grupo era muy lindo” recuerda, “porque se trataba de un apostolado vivo, en la calle”. Tiene muy presente la impresión que le causó el primer retiro con ese grupo en Albany, Nueva York. “Para mí fue como ir al cielo”.

Recuerda también la fuerte impresión que le causó el sacerdote español Saturnino Junquera, misionero jesuita. Nieves sintió una conmoción interior al escucharlo predicar y le comunicó al párroco de la iglesia, Bonifacio García su deseo de ir a un seminario.

El padre le respondió que una decisión tan seria había que pensarla bien, y le pidió que esperara un año para ver si continuaba con esa intención, y así fue.

Llega a Chicago

El cura lo envió a un monasterio en Humacao, Puerto Rico en 1959. “En el monasterio San Antonio Abad me sentí muy bien” dice, “pero era, como dice esa canción mexicana, un pájaro en una jaula de oro.”

Nieves sentía que le hacía falta la gente, y a los dos meses, aunque lo trataban bien, no se sentía en casa en el monasterio. Seguía con la idea de ir a un seminario. Pero viendo los requerimientos académicos del examen de ingreso desistió.

Volvió a Patillas, su pueblo natal. “Mi papá estaba solo y decidí quedarme con él” dice. Allí coincide con una tía y una prima que vivían en Chicago con una hermana suya, que estaban de visita en Puerto Rico.

Vino a Chicago en 1960, tres días antes de cumplir 21 años. “Vivíamos como diez en un apartamento” recuerda.

Aquí ya lo esperaba un miembro de la Legión de María, Octavio Ramos. “Él me llevó y me presentó con los miembros de la Legión en Chicago. Comencé a trabajar con ellos” dice.

Nieves ha estado en la Legión de María por más de 50 años y aún pertenece a este grupo. “Por ese tiempo empecé también a juntarme con los Caballeros de San Juan. Hacíamos actividades, retiros.”

“Pasé un año o dos con los Caballeros de San Juan” dice. “Entre ellos había un personaje llamado Jesús Rodríguez, Cheo, predicador. Ese andaba revolucionando al pueblo” dice y cuenta que se creó un centro de actividades religiosas, en el sur de la avenida Wabash.

“Allí nos dio un curso para formar comunidad en parroquias” dice. “Estuve un año en este curso y después había que darlo en la iglesia que le asignaran a uno.”

La iglesia que le asignaron fue Inmaculada Concepción. “Había un compañero con el que me juntaba a trabajar” recuerda. “Nos invitó a compartir con él, a visitar el barrio, bendecir sus hogares y ver si necesitaban algo”.

Es en Inmaculada Concepción donde conoce a un sacerdote joven y carismático, John Ring.

“Muchas veces encontrábamos gente enferma, el padre tomaba a la enferma, la llevaba al hospital y si tenía necesidad de mueble o cama, nosotros nos ocupábamos de eso.”

Nieves cuenta que las iglesias vecinas comenzaron a decir que les estaban quitando feligreses. “No era cierto” dice, “íbamos a visitar a la gente, bendecíamos su hogar y si algo necesitaban, teníamos una tienda de muebles viejos pero usables.”

Decidieron dejar el servicio hispano en Inmaculada Concepción y buscaron alojo en Sta. Teresa de Ávila.

La labor de las esposas

El diácono Bienvenido comenta la importancia que su esposa María ha tenido en su labor y en su vida. “Ella merece un premio de oro” dice. “Ha sido muy buena mujer, esposa y diaconisa, porque ella me ayuda en el ministerio de la iglesia también.”

Se conocieron en Chicago. Los dos iban a la iglesia de San Miguel los domingos. “Él me gustó desde que lo vi” recuerda ella. “Yo andaba detrás de él, pero él siempre andaba muy ocupado (risas)”. Antes, en Puerto Rico, ella había sido parte de Hijas de María por muchos años.

“Nos casamos el 4 de mayo de 1963” dice Bienvenido. “Hicimos una boda pobre pero rica a la vez”. “Pero se casaron en la Catedral del Santo Nombre” interviene su hija Nilsa.

“Tener familia es una felicidad si uno es honesto” dice. Para él y su esposa, sus cuatro hijas Elisa, Nilsa, Nora, Miriam y su hijo Bienvenido son un tesoro. Todas sus hijas fueron catequistas, y su hijo lo acompañó de los cinco a los trece años como monaguillo.

La señora María nos comenta que a menudo no se reconoce la labor que realizan las esposas de los diáconos.

“Yo quiero decirle que esto del diaconado para muchas parejas no ha sido muy fácil” dice María. “Mi esposo salía a los retiros, yo me quedaba con las niñas chiquitas, aunque la verdad nunca carecí de nada, porque él siempre cubría con todo. Pero él participaba con cuanto retiro tenía el diaconado. Y cuando yo quería participar en algo, entonces él se quedaba con mis cuatro hijas.”

Pero los sacrificios han valido la pena. “Y desde que él se ordenó yo he tratado de hacer lo mejor posible de que lleve su trabajo bien, porque él es un hombre muy responsable” agrega.

“Gracias a Dios, en los 53 años que llevamos de casados hemos sido bendecidos” reconoce María.

El diaconado

Era 1970 cuando el padre John Ring le dijo que estaba reclutando hombres para el diaconado. Necesitaba personas mayores de 33 años. “En aquel tiempo daban dos años de preparación teológica y un año pastoral con los sacerdotes” comenta Nieves. “Dije, yo solo tengo 30 años, así que no cualifico. Me dijo, no, tú vas conmigo”.

Cuando el primer grupo se ordenó, Nieves tuvo que esperar dos años porque aún no cumplía los 35 años de edad requeridos para ordenarse.

“Antes de la ordenación ya teníamos que movernos a la parroquia de la comunidad donde vivíamos” recuerda. Así fue como fue asignado a la iglesia de San Silvestre, que llegó a tener doce diáconos. “Había mucho bautizo, más de diez cada sábado y domingo, hasta cuarenta llegábamos a tener” dice.

Allí mismo, en 1987, aceptó la propuesta del padre Jim Miller para dirigir uno de los dos grupos de la Legión de María de San Silvestre. Allí permaneció 15 años como diácono, y aún es director de la Legión de María.

La década de 1987 a 1997 la pasa en St. Josephat, pero decidieron cerrar el servicio hispano y les pidieron mudarse a las parroquias vecinas.

Fue entonces cuando le dijeron que en Reina de los Ángeles había una apertura para un diácono hispano. Tan pronto llegó allí, en 1997, se unió a los esfuerzos de la señora Nora Olivares, miembro de la liturgia que ayudaba con asuntos de migración.

“Comencé a ir a los centros de inmigración” dice, “tuve algunas clases, especialmente en Centro Romero, asistía a clases con abogados”.

Decidió poner en la parroquia un centro educativo para preparar gente que busca la ciudadanía. “La gente me preguntaba cuánto costaba el examen, y yo les decía: ‘hasta que lo apruebes, eso cuesta: sacrificio de aprender’” cuenta. Muchos no sabían inglés, y Nieves les decía que con práctica podían memoriza el material del examen.

Esa clase la dejó hace cuatro años, pero en Reina de los Ángeles sigue como diácono, y continúa dando clases de biblia allí.

La vida de Bienvenido Nieves es rica en anécdotas, pero siempre resalta la calidez con que las platica, la manera en que atesora sus recuerdos.

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