Área de Chicago

No creo que mi trabajo sea ser famoso, mi trabajo es ser un sacerdote cada día

Por Redacción Chicago Católico
domingo, agosto 14, 2016

El padre Mike Michelini es una figura familiar para los católicos hispanos en Chicago, su ciudad natal. Su trabajo en esta comunidad abarca cuarenta años, desde que se ordenó en 1971 hasta 2011. “Todo mi ministerio se desarrolló en el Vicariato III” dice, y agrega para ser más preciso: “No más al sur de la calle 27, no más al norte de la avenida North y no más al oeste de Central Park.”

Es decir, en Humboldt Park, La Villita y Pilsen.

Encontramos al padre Michelini una mañana en St. Benedict, un centro de cuidados y rehabilitación en Niles, Illinois, donde reside desde hace pocos años, cuando le fue diagnosticada la diabetes y tuvo que retirarse.
Al padre le gusta charlar, y puede hacerlo en un impecable español. Le preguntamos cómo es que lo habla tan bien, y nos responde que aprendió el mismo año en que se ordenó, en el ’71. “La arquidiócesis en ese tiempo mandaba a los sacerdotes a aprender español a México o Puerto Rico, dependiendo de a qué parroquia serían enviados” dice.

“Como yo iba a una parroquia puertorriqueña, -St. Alloysius- me mandaron a la isla” comenta. “Llegué a la Universidad Católica de Ponce, que era un programa de la diócesis de Brooklyn, NY, que tomó toda la universidad por el verano, y enviaban sacerdotes y monjas a aprender español.”
Después de una inmersión de once semanas volvió a Chicago, a trabajar en el corazón de la comunidad boricua, en la parroquia de St. Alloysius.

“La comunidad era pobre” recuerda, “plagada de pandillas, era un ministerio difícil, en el sentido de que nunca teníamos suficientes fondos, pero hicimos un gran trabajo, teníamos unas hermanas que venían de México trabajando con nosotros.”

La labor en esa parroquia estaba básicamente encaminada hacia la justicia social, y fundaron una clínica comunitaria llamada El Rincón. “Organicé ligas de basquetbol con los pandilleros y con cualquiera que quisiera jugar, tuvimos el Movimiento Familiar Cristiano, teníamos muchas cosas en marcha” dice, y agrega que los pandilleros lo apodaban cariñosamente ‘Haha’ por su forma de reír.

En La Villita

Después de cinco años de trabajo intenso, la arquidiócesis lo envió a Sta. Inés de Bohemia, en La Villita, donde tuvo un papel destacado en la creación del ministerio hispano de la parroquia. Permaneció allí otros cinco años.
“Era un lugar muy atareado” recuerda. “Iglesia pequeña, muchedumbres enormes. Allí hice el trabajo pastoral de costumbre, siempre he estado involucrado en derechos del inmigrante y en hospitales.”

“La Villita era un lugar muy interesante” recuerda, “porque había checos e hispanos. Yo soy mitad polaco, pero sé bastante de checo. Era un lugar muy vibrante, muy vital, había gente por todas partes”.

Fue su primer contacto con la comunidad mexicana. “Nunca trabajé más duro en mi vida, pero era muy gratificante, la gente fue muy buena. Procesiones, quinceañeras, bodas, había que hacer confesiones en español”.

Cinco años más tarde la arquidiócesis lo llamó otra vez y lo enviaron de regreso a St. Alloysius, como pastor. “El vecindario estaba cambiando” dice, “se volvía cada vez más pudiente. Serví allí por veinte años, de 1981 hasta el 2000.”

En ese periodo siguió trabajando en muchos de los problemas, desempleo, derecho al trabajo, asuntos comunitarios, de justicia social, además de la liturgia. “La gente me recordaba por mi labor anterior” comenta. “El ambiente era muy acogedor.”

Se sumó al Gran Boicot

La conciencia social se manifestó desde más temprano en él, pues ya como seminarista a finales de los años sesenta se sumó al Gran Boicot de Cesar Chávez, que buscaba castigar a los productos agrícolas californianos para obtener justicia hacia los campesinos. “Marché en algunas manifestaciones, estreché su mano una vez” dice.
Su mentor en ese entonces fue el padre Jim Colleran. “Él estaba muy metido en el movimiento” dice. “También lo estaba la arquidiócesis, tenían una oficina al sur de la calle Wabash, en la calle 13, donde el boicot tenía un centro.” El padre se sumó en aquel entonces a las protestas, cargando su pancarta fuera de las tiendas donde se vendían esos productos, con una participación muy activa.

De vuelta a Pilsen

El siguiente paso en su carrera sacerdotal fue en Pilsen, en San Adalberto, donde permaneció hasta 2012.
“Era una parroquia con batallas, en términos financieros” dice al recordar San Adalberto, “era un edificio enorme que necesitaba mantenimiento y cosas así, pero la gente era maravillosa. Una gran comunidad, con polacos e hispanos.”

“Ya conocía bastante de Pilsen, porque antes de ser ordenado, en 1968 o 69 trabajé como seminarista en San Adalberto” aclara. “Tuvimos un equipo de seminaristas que vivió todo un año por periodos allí. Había diferencias en la parroquia desde el ‘69 al 2000, la integración era todavía un problema, la crisis de los embargos de casas golpeó a nuestra comunidad de manera terrible.”

Allí el padre participó de manera activa con el Proyecto Resurrección, una organización de educación y desarrollo comunitario de Pilsen.

“Cuando llegué a Pilsen en el periodo del ‘67 al ‘69, en (la desaparecida parroquia) San Vito, la Arquidiócesis tenía lo que llamaban el equipo de la calle 18” dice. “Este equipo era un grupo de sacerdotes que reconocieron el hecho de que el vecindario estaba yendo de polaco a hispano. Lo que hicieron fue convencer al cardenal (John) Cody de reclutar sacerdotes y monjas para que trabajaran en el ministerio hispano en todas y cada una de las parroquias de Pilsen.”

La idea, dice, es que esencialmente cada parroquia de Pilsen tuviera un sacerdote o monja que hablara español, de manera que la comunidad no se sintiera olvidada. “Ellos formaron su propio grupo que se reunía quincenal o mensualmente para discutir el ministerio en su totalidad y este grupo se mantuvo por año y medio o dos años” dice. En ese tiempo de fines de los sesenta, él estaba viviendo en San Vito.

La calle 18

“La calle 18 era un gran lugar” dice al recordar a Pilsen entonces. “Había misas en polaco, español e inglés. Teníamos todo tipo de ministerios. Era un lugar desafiante, pero también emocionante. Pilsen es el área de Chicago que tiene más parroquias de las que sabe qué hacer con ellas.”
Le comentamos que Pilsen ahora está viviendo un proceso de desplazamiento, pues el área se está volviendo cara. “Se está volviendo yuppie” dice tajante. “Yo lo dejé en 2012 y ya notaba la diferencia, porque la gente estaba paseando a sus perros. No hispanos, sino anglos. También noté bardas con alambradas, terrenos donde solo puedes entrar si tienes llave, cuando los hispanos siempre tienen el portón del porche abierto. Ahora ya hay cierta desconfianza hacia el vecindario.”

“Cuando yo me fui, la casa de enfrente de la rectoría se vendió por unos 325 mil dólares, más de lo que cualquiera podría pagar por ella, eso está pasando por todo Pilsen” comenta. “Está pasando en Providencia de Dios, la Universidad de Illinois se expande cada vez más hacia el sur, y están haciendo más y más condos.”
Pese a su enfermedad, el padre Michelini sigue en contacto con las tareas de evangelización. Siempre ha estado involucrado en ministerio juvenil, y fue por un tiempo el director espiritual del Cursillo hispano. Actualmente es director espiritual del Cursillo en inglés.

El don de la hospitalidad

“No me había dado cuenta, hasta que fui a San Adalberto en el 2000, de cuantos hispanos con educación universitaria hay” comenta. “Porque el Proyecto Resurrección siguió encontrando muchachas y muchachos con grado universitarios. En mi parroquia varias personas estaban yendo a la universidad. Algunos eran indocumentados. Obtenían su grado o su maestría en cualquier área y no podían trabajar porque no podían obtener una green card, ni tarjeta del seguro social. Me pareció tremendamente injusto además que no pudieran tener atención médica. Económicamente yo creo que están atrapados entre la espada y la pared.

Le preguntamos entonces qué debe hacer la iglesia ante este escenario.

“Seguir haciendo lo que ha estado haciendo” responde. “Hay un grupo llamado Sacerdotes por la Inmigración y la Justicia Social. Creo que deberían seguir adelante, tuvimos una serie de conferencias. Creo que los obispos han sido solidarios, en el sentido de que el cardenal Bernardin y el cardenal George llevaron la discusión a nivel nacional, usaron su espacio para hablar constantemente sobre migración y el derecho a venir a este país.”
Para el padre Michelini el don mayor es la hospitalidad, el énfasis en la vida familiar. “Es lo que aprecio más en la cultura puertorriqueña y mexicana” dice. Recibir el reconocimiento de la Noche de Gala para él es un acto que le enseña humildad.

“Es maravilloso” dice. “No creo que mi trabajo sea ser famoso, mi trabajo es mantener la cabeza baja y ser un sacerdote cada día. Mi lema como sacerdote es ‘que todos sean uno’ del evangelio de San Juan. Es todo lo que he querido hacer, unificar a la gente, predicar el evangelio, permitirle a la gente juntarse y formar una comunidad.

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