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La hermana Dominga Zapata fue reconocida durante el Encuentro de CNCMH - Chicago Católico

Por Redacción Chicago Católico
jueves, junio 30, 2016

La hermana Dominga Zapata parece incombustible. Cuando nos dice que el año próximo cumplirá ochenta años no lo podemos creer. Es la energía, el entusiasmo con que habla y su aspecto mucho más joven, lo que nos hace dudar.

Desde hace treinta y cinco años su nombre se menciona cuando se trata de hablar de formación catequética y de liderazgo. Ella se ha encargado de oficinas de ministerio hispano a nivel regional y diocesano, ha sido parte de la organización del Encuentro Nacional del Ministerio Hispano y ayudó a desarrollar el Plan Nacional Pastoral para el Ministerio Hispano, entre muchas otras cosas.

Su defensa por los espacios de la comunidad hispana dentro de la iglesia la ha llevado a ser parte de innumerables esfuerzos. “Toda mi orientación de la formación ha sido ayudar al pueblo a que se reconozca que somos pueblo” nos dice. “Entonces, como pueblo asumimos nuestras responsabilidades, porque si no, solo seremos un ‘montón’. Cuando tú te sientas en la mesa de tú a tú, entonces eso es ser una mayoría, eso es ser pueblo, tener voz. Reconocer que tú eres alguien. Esos son mis sueños.”

“Yo me he dado a la formación, al desarrollo de líderes” dice, resumiendo una larga y fructífera labor.

Nacida en Lajas, Puerto Rico, la hermana celebró el año pasado cincuenta años de su compromiso inicial, de sus primeros votos como miembro de las hermanas auxiliadoras, orden cuyo nombre verdadero es “hermanas auxiliadoras de las almas del purgatorio”. “En México y en Colombia nos conoces como las ‘auxis’, porque hay otras hermanas auxiliadoras en Colombia” aclara.

En una conversación con Católico, la hermana Dominga hace memoria y se remonta a fines de los sesenta y principios de los setenta, a los comienzos de lo que sería el ministerio hispano en Chicago.

“Lo que querían que yo hiciera es que me encargara de los catequistas que querían dar catequesis en español para niños” dice recordando sus comienzos en la Oficina de Educación Religiosa. “Después de estar allí como un año yo fui con el director y le dije que teníamos que tener una visión más amplia. Porque veía que abrían un librito y ellos como papagayos se lo daban a los niños”

“Lo que necesitamos hacer es educar a los adultos sobre su fe” les dijo la hermana. “Que los catequistas cuando tengan un libro, puedan asimilar y dar ejemplos de su propia vida para los niños. No que se memoricen cosas.”

“Pronto después de eso comenzamos el Departamento de Educación Religiosa de Adultos, dentro de la Oficina de Educación Religiosa, en 1970” recuerda. “Fue cuando me emplearon por primera vez. En aquel tiempo había una oficina de Caridades Católicas que se dirigía a lo social, y de allí salieron los hermanos, se hacía cierta formación, salió la Unión de Crédito, etc. Pero en términos de la educación religiosa del pueblo no estaba presente”.

La hermana recuerda que entonces el enfoque del departamento de educación de adultos era la evangelización. “Porque aunque la gente estaba viniendo a la iglesia, nosotros notábamos que la gente en su mayoría no estamos evangelizados, con evangelización me refiero a tener un encuentro personal con Cristo. No es saber muchas cosas, no es ir a la Iglesia, sino haber tenido un encuentro con Cristo, y de allí se mueve la cosa” dice.

En 1972 su participación en el Primer Encuentro Nacional Hispano de Pastoral, convocado por los Obispos de Estados Unidos fue una experiencia transformadora. “A través de ese proceso yo dije ‘necesito conocer al pueblo que sirvo’” dice.

Decidió que tenía que conocer América Latina y tener una visión más amplia. Esto la llevó a visitar en 1973 los diferentes programas del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Fue a Ecuador a estudiar la pastoral, después a Colombia a tomar cursos sobre la liturgia y finalmente a Chile para actualizarse en catequesis. Su estadía en Chile tuvo que interrumpirse por las revueltas del golpe de Estado.

A su regreso a Chicago ayudó a organizar un encuentro diocesano en 1974. De allí surgió, tras cuatro años de esfuerzo, un plan de trabajo que fue básicamente una estructura, donde se pedía que a nivel arquidiocesano existiera la coordinación entre los diferentes sectores (aún no se les llamaba vicariato) y que en cada sector se promoviera la formación.

“Entonces había un concepto de que los hispanos éramos los emigrantes indocumentados y analfabetas. Así que ese plan buscaba que hubiera coordinación a nivel de diócesis, formación a nivel de área y acción, que la acción pastoral se hace en la parroquia” dice.

La hermana lamenta la escasa continuidad para consolidar los espacios ganados y el desconocimiento del Plan Pastoral que ayudó a formar. “No vamos a poner otra vez al pueblo acá (abajo) como que necesitamos pedir ‘por favor déjenos ser parte de la Arquidiócesis’. Si eso ya lo hemos trabajado.”

A propósito del reconocimiento otorgado por el Consejo Nacional Católico para el Ministerio Hispano en junio pasado, la hermana comenta: “Pues yo lo único que tengo que hacer es seguir diciendo la voz del pueblo. Lo que yo escucho por el pueblo. Que ya nosotros no somos minoría, no tenemos que rogar por nada en la Iglesia, que sabemos lo que queremos. Ver cómo poco a poco vamos recobrando esa visión eclesial. Porque mientras no se recobre esa visión, a mí no me convence que me digan que somos mayoría.”

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