Área de Chicago

Ana Cortés, egresada de San Procopio, persigue un título en DePaul

Por Redacción Chicago Católico
jueves, marzo 31, 2016

Cada miércoles, temprano por la mañana, los niños de la escuela de San Procopio, desde Prekinder hasta octavo grado asisten a misa a la parroquia del mismo nombre, en Pilsen. Cuando los visitamos, a finales de marzo, el padre Dan Reim oficiaba la misa y los pequeños participaban durante la homilía, levantando la mano como si estuvieran en clase, respondiendo preguntas del sacerdote “¿Saben lo que es un mártir?” “¿Qué mártires conocen?”.

Un elemento importante de esta misa es el vibrante coro infantil, compuesto por alumnos de la escuela, que acompaña la misa con sus canciones, bajo la dirección de María Torres.

Allí, asistiendo con su guitarra a la directora del coro, se encontraba Ana Cortés. Ana es un caso peculiar, pues ha estudiado siempre en escuelas católicas, de primero a quinto grado en su natal Querétaro, en México y de sexto a octavo grado, ya en Chicago, en la escuela de San Procopio. Estudió después la secundaria en Nuestra Señora del Tepeyac, donde se graduó con las mejores calificaciones (valedictorian) en su clase. Ahora, Cortés es estudiante de segundo año en la Universidad DePaul.

“Quiero seguir la carrera de maestra de niños pequeños” dice Cortés, “de Pre-Kínder a segundo año”. Su vocación por el trabajo con los niños se ve en el coro, en el cariño con que los chicos se acercan a ella.

“Es por eso también que trabajo aquí con las maestras” agrega, “para empezar a tener experiencia, pero también porque me gusta.”

Cortés vuelve a su ex escuela, San Procopio, cada miércoles para la misa con los niños. Después de misa normalmente se queda a hacer trabajo. Los viernes, después de la escuela en DePaul, va también a los ensayos con el coro y vuelve a San Procopio para hacer trabajo los domingos en la escuela.

“Me siento más segura teniendo una educación católica” dice Cortés cuando le preguntamos sobre las ventajas de una escuela católica.

Pero una ventaja muy particular de San Procopio es que es la única escuela católica con un programa de educación bilingüe.

“A mí en lo personal eso me ayudó mucho cuando entré” dice Cortés, “porque yo no sabía inglés cuando llegué aquí”.

Dicho programa es único, pues comienza en los primero grados con alrededor de 80% de español y el resto en inglés, y el inglés va aumentando conforme crecen los alumnos.

Para Cortés, que llegó a Chicago a estudiar sexto grado, fue duro al principio. “Pero el programa que tienen aquí fue un importante soporte” dice. “En sexto ya teníamos mitad inglés mitad español.”

“Mi primer año fue difícil” recuerda, “pero el maestro de inglés sabía español también y entonces me ayudaba mucho. Los libros que leíamos me los daba en inglés y en español. Hacía doble esfuerzo, doble sacrificio pero así es como aprendí más. Y ya cuando estuve en séptimo y octavo ya sabía más.”

“El apoyo de tu familia es muy importante” aclara.. “Si no fuera por el apoyo de mi familia ahora no estaría donde estoy”.

Ana tiene un hermano más pequeño, José Martín, que llegó a Estados Unidos a los tres años. Él ingresó a San Procopio a Pre-kínder “y aprendió el inglés así” dice Ana chasqueando los dedos.

Ana y José Martín viven con sus papás, María Elena Guerrero y Martín Cortés en La Villita. Se vuelve inevitable preguntarle qué piensa sobre la creencia de que la educación católica es inaccesible.

“Eso es definitivamente un mito” responde y habla de los programas de becas y apoyos que a veces los padres no saben que existen. “En mi secundaria también hago trabajo en la oficina” dice. “Veo que los papás dicen ‘Quiero que mi hijo tenga una educación católica pero no tengo el dinero necesario’. Pero lo que tienen que hacer es ir a hablar con la directora, con las secretarias, ellos te ayudan mucho. En mi caso sé que le ayudaron a mi mamá también. Hay becas disponibles.”

En eso coincide, Brian O’Rourke, director de la escuela San Procopio. Aunque los recursos son limitados, existen fondos de ayuda para padres que demuestren que los necesitan.

“Trabajamos con todos los padres” dice O’Rourke. “Mira a Ana, ella estudió aquí, luego en Nuestra Señora del Tepeyac y ahora en De Paul. Esto lo ha hecho por medio de su trabajo duro, pero también gracias a la generosidad de otros. Para las escuelas católicas creo que es importante que no nos volvamos inaccesibles. Estoy abierto a explorar las posibilidades de proveer por familias que no necesariamente tienen los medios.

“La otra cosa fabulosa es que la escuela ahora tenemos ciento cincuenta familias, y poco más del 25% de esas familias son hijos de educadores” añade. “Así que hay muchos educadores que están enviando a sus hijos a esta escuela. Y no solo educadores de escuelas católicas, sino también de escuelas públicas.”

“Somos la única escuela católica en Chicago que tiene el sistema de educación de lenguaje dual” nos dice O’- Rourke durante nuestro recorrido por las instalaciones. Nos explica que se trata de un programa de inmersión desde pre-kinder hasta segundo grado, en el que el español es el lenguaje de instrucción. “No es enseñar español como segundo idioma” aclara.

La idea es formar una base sólida del español. De allí, los alumnos van gradualmente adquiriendo más clases en inglés.

La escuela tiene un personal de 26 miembros y cuenta con catorce maestros de grupo. Entre el personal hay maestros provenientes de Colombia, Ecuador, México y Guatemala, entre otros lugares.

“En promedio tenemos veintiún estudiantes en cada salón de clase. Este es el promedio ideal para el aprendizaje” dice O’- Rourke.

El mismo O’Rourke tiene dos hijos en San Procopio, en prekindergarten y en kindergarten. “Es emocionante para mí ser parte de esta red formidable de educación estudiantil” dice. “Yo crecí en Chicago y fui a una escuela tradicional católica”.

O‘Rourke dice que los padres de familia envían a sus hijos a San Procopio desde muchos puntos de la ciudad y suburbios buscando la ventaja de una educación bilingüe . “Muchos de nuestros estudiantes viven a más de dos millas de distancia. Varios vienen de los suburbios, tenemos un estudiante que viene de Indiana, los papás trabajan en el loop, así que dejan a su hijo y lo recogen por la noche. Ofrecemos cuidado al niño todo el día, eso es lo que hace posible que pueda venir aquí.”

Por ahora las cosas van bien en San Procopio, y su reputación ha crecido. “Hemos podido mantener nuestro nivel de matrículas firme y también hemos podido atraer a familias interesadas en lo que hacemos, en nuestra misión” dice.

Mientras tanto, Ana Cortés guarda su guitarra y sale de San Procopio, pues tiene un examen en DePaul. Ella es un ejemplo de que una escuela católica puede llevar lejos a los estudiantes que se lo propongan.

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